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¿Cómo describir el transcurso de toda una vida? O, mejor dicho, ¿Qué importa realmente en el trayecto natural de la vida hasta su punto y final?

 

Esas mismas preguntas se ha estado haciendo de vez en cuando el que una vez se llamó Promesa de Redención. Todo aquello por lo que vivió, todos los pocos recuerdos que aún puede conservar. Las cosas horribles que hizo en vida, pero también las buenas que pudo hacer.

 

El tiempo pasó desde aquella batalla final por el Salugral y el curso de la vida volvió a su cauce, con ello el paso a la muerte y el paso de los difuntos al descanso eterno. Se hace raro ver una eterna constante de vidas, esencias, almas pasar a su alrededor. Fue su condena, su penitencia. Todo por una traición hacía su tótem, a Caleb, en un momento crucial y decisivo.

- “Es la última vez que alguien me desobedece” Aún recuerda claramente esas palabras antes de ser anexionado a la rueda de la vida.
Desobedecer, interesante concepto para alguien que se pasó toda la vida sirviendo como un soldado perfecto sin rechistar, pues fue una palabra que carecía de significado para él hasta su última etapa de vida. Ahora, solo puede observar y ayudar con su esencia a que las personas concluyan el recorrido de su vida. Puede verlo todo, desde el primer llanto de un bebé hasta la última exhalación de un anciano.

 

 

La naturaleza recuerda, aunque jamás cuenta lo que ocurrió. Deja marcas en su piel reflejando acontecimientos pasados y deja que quien quiera las lea y forme el relato que ella nunca narraría.

 

Y esta historia no es diferente a las demás, solo hay que saber dónde mirar para conocer qué pasó con una de las criaturas de Gaia. Una muy extraña, pero que nació de ella y para ella. A dicha criatura se la conoce como Armonía de la Naturaleza. Aunque este ser tenía un nombre mucho más corto y extraño para sus más allegados, le llamaban Roque.
No os aburriré con todos los detalles de su vida, pues son largos de contar. Mejor os diré aquellos que dejaron marcas en la piel de Gaia, aquellos que ella quiere que sepamos.

 

 

Me presento como muchos de vosotros compartisteis mis últimos días en vida: Pies Descalzos, Ragabash cliath de los Hijos de Rata y Alfa de la manada de Refugio de Tormentas.
Según recuerdo de mi vida pasada, mi transcurso por ella fue una yuxtaposición de momentos de huidas hacia delante, pérdida o abandono de mis seres queridos, recorrido de caminos demasiado cercanos a la sombra de la depresión y el abandono, repulsión por parte de la sociedad o indicaciones sutiles y no tan sutiles de que mi existencia se encontraba en lo más bajo de la pirámide, mantenido únicamente por mi principal objetivo de aguantar un poco más y sobrevivir un día más.

 

Y eran esos momentos de compartir unas gachas alrededor de un fuego improvisado, intercambiando historias y calor humano, los que me daban la suficiente energía mental como para poder aguantar un poco más.

 

 

Cuando las cadenas invisibles que ataban a Aliento del Cazador al Segador fueron sesgadas, la Garou sintió como la rabia nacía de ella con una fuerza arrolladora. Sintió un tirón, y sus ojos volvieron a brillar con luz de luna. 

 

De forma instintiva, cambió a Lupus con un gruñido de alivio e impaciencia. Sacudiendo su pelaje, un pelaje más vivo e incendiario que en vida, sintió nuevamente el tirón. Un pulso, una llamada. Y sin mediar palabra, corrió a través de la Umbra dando la espalda a la figura encapuchada que había sido su Tótem en muerte. 

 

 

Tres semanas tras la batalla y el despertar del Túmulo, una solitaria lápida se alza en lo alto del pequeño montículo que delimita el Salugral por el este, allá donde la luz del túmulo brilló con más fuerza.

 

Marcos Martin, 42 años
Estamos aquí para beber cerveza, matar a la guerra,
reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida
que la muerte tiemble al recibirnos.

 

El sol se pone mientras un tallo de cebada crece sobre la tumba, meciéndose al son de una suave brisa.

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