Menú Principal

El Cuento de la Serrana

 

 

La naturaleza recuerda, aunque jamás cuenta lo que ocurrió. Deja marcas en su piel reflejando acontecimientos pasados y deja que quien quiera las lea y forme el relato que ella nunca narraría.

 

Y esta historia no es diferente a las demás, solo hay que saber dónde mirar para conocer qué pasó con una de las criaturas de Gaia. Una muy extraña, pero que nació de ella y para ella. A dicha criatura se la conoce como Armonía de la Naturaleza. Aunque este ser tenía un nombre mucho más corto y extraño para sus más allegados, le llamaban Roque.
No os aburriré con todos los detalles de su vida, pues son largos de contar. Mejor os diré aquellos que dejaron marcas en la piel de Gaia, aquellos que ella quiere que sepamos.

 

Empezaré con lo que ya os aviso que es lo más extraño de este ser. De esta historia ya os destripo el significado, del resto lo sacáis vosotros.

 

Colinas del Salugral. Meses después del despertar del Túmulo Quebrado.


La noche va tocando a su fin y la luna llena empieza a esconderse tras las lomas. Un lobo solitario mira el espectáculo y aúlla despidiéndola. Su pelaje es pardo con manchas negras en la cola y en la cruz. Aúlla con un tono solemne y cuatro aullidos más se le unen. Hay una clara diferencia, el del lobo es grave y cansado. Los otros cuatro son agudos y vivaces. Los cinco aullidos entonan perfectamente la canción de adiós a la noche. Y algo más.
Conforme desaparece la noche el lobo camina hacia una pequeña cueva dentro de un matorral, donde con sus dientes saca arrastrando una camisa de cuadros rojos y negros y unos pantalones de pana que han visto mejores momentos. Y cuando el día amenaza con empezar, su cuerpo comienza a cambiar. El pelaje va dejando paso a piel desnuda, las patas se convierten en brazos y piernas y poco a poco el lobo deja de serlo para ser hombre. El cual, ligeramente desorientado, se viste y se deja caer al suelo, cansado por tan extraña transformación. Y se duerme.

 

Horas después despierta, pero no está solo. Cuatro lobas lo protegen del frío con sus cuerpos, acurrucadas entre ellas y junto a él. Roque abre los ojos y las ve, sus hijas. Y sonríe, pues ve en ellas a su madre, aunque fueran Saga e Yggdra las que más se parecían a ella grises y más grandes. Mientras que Buscatesoros y Plata Pura se parecían más a él, pardas con manchas negras.

—Es hora de levantarse e ir hacía el Salugral —se dijo Roque a sí mismo—. Quizá haya suerte y alguien tenga un poco del cocido de Fabián.
Y tranquilamente un lobisome y sus hijas se encaminan hacia el hogar del clan...

 

El Salugral. Cinco años después de Ostara.

 

Recuerdos de fiesta y risas invaden la memoria de Roque. Bailes, alcohol, pelea, un botellazo en la cabeza de un buen hombre... Todo esto y más resuena en su cabeza mientras anda en dirección a un lugar en particular del Salugral. Uno al que nadie más que él le da importancia y significado. Un rincón apartado y donde los rayos de plata no alcanzan y que visita cada año.

 

Cuando llega suelta el haz de leña que lleva a su espalda y se arrodilla, dibujando en la tierra dos runas, la del fuego y otra incomprensible. Coloca la leña alrededor de los glifos, preparando una hoguera y entona un leve tarareo mientras con su chisquero eleva unas palabras al Entiznáu, buscando su ayuda para que prenda. Aunque ni sea necesario ni sepa si le oye, pero las costumbres son dífíciles de quitar.

 

Poco a poco las chispas prenden la hierba seca y forman una llama que crece y quema las ramitas que están entre los troncos. En apenas unos minutos ha creado un fuego decente y vivo, que ilumina y calienta. Roque se sienta junto al fuego que llama al hogar, dispuesto para pasar la noche entera allí, y mira en silencio el baile de las llamas, pero sin darse cuenta dice.

—Ojalá te sirva para encontrar el camino si alguna vez puedes y quieres volver...

 

El Salugral. Tres años después del despertar del Túmulo Quebrado.

—Mira, Anna, esta planta de aquí es salvia —indicó Roque a la niña—. Lo puedes saber por el color blanquecino y la apariencia de la hoja, como rotina y formada por miles de hojas chiquininas.

—Salvia. ¿Con be o con uve? —preguntó Anna.

—Pues... ¿Qué más da?

—Oh, es verdad, mamá dijo que no sabías escribir ni leer —dijo pensativa.

—No pasa nada, niña, no imp...

—Yo soy muy buena escribiendo, se me da genial —interrumpió Anna—. Si te enseño podemos escribir los nombres y así Aurora podrá aprender cuando sea mayor.

—Ya le enseñas tú cuando pued...

—¡Roque! ¡Roque! ¿Esta cómo se llama? Tenemos que escribir su nombre también. ¡Tú tienes que hacerlo! —Anna iba efusiva de una planta a otra, presionando al hombre para que le dijera el nombre de todas las plantas del lugar.

—Alejandra... para qué abres la boca. —Rezongó Roque por lo bajo y fue tras la muchacha, sabiendo que iba a ser difícil escaparse de esta.

 

Falda de la Montaña de Cáceres. Tiempo después.

 

Con el pasar de los años Roque se acercaba cada vez menos a la comunidad que fundó en las afueras de Cáceres. Esa comunidad formada por gente que sufría en la ciudad, por aquellas familias desestructuradas y rotas que alimentaron a la falsa Madre y que reconectaron con su entorno, con la tierra. Los veía crecer y prosperar, pequeños agricultores que se ayudaban unos a otros, que tenían niños, que vivían en paz. No serían los más ricos, pero eran más felices que aquellos hacinados en los barrios marginales y las opresivas calles. Allí al menos eran libres y no necesitaban nada más que a sí mismos.

 

Roque sonrió y lo supo, no era necesario volver. Allí no podía hacer más de lo que ya había hecho. Estaban en el buen camino y era su propia responsabilidad seguir en él. Ya no le necesitaban. Se marchó sin mirar atrás y nunca volvió.

 

El Salugral. Un año después del despertar del Túmulo Quebrado.

 

El Pueblo se reunía. No había más motivo de celebración que pasar tiempo juntos en momentos que no fueran de lucha o ritualísticos. Solo disfrutar de la compañía y lo que decían que era una buena película. Garra Vengativa la había escogido personalmente y aseguraba que era una obra maestra, que no había nada mejor en el mundo.

 

Y Roque le creyó. Aun con dudas fue y vio cómo montaban una especie de cine de verano con un cacharro extraño apuntando a una de las pocas paredes totalmente blancas del lugar. Incluso habían sacado un sofá, sillones y sillas para poder estar más cómodos. Roque escogió una silla en uno de los extremos y se sentó, esperando que empezara y descubriera si de verdad era tan buena como Román aseguraba. Además, sin saber de dónde las habían sacado, alguien había traído maíz que había explotado. Palomitas las llamaban, pero aquello no se parecía a ninguna paloma. Eran blancas y no grises como las palomas de verdad. Ya empezaba rara la noche.

 

La película se llamaba Gattaca y no la entendía. Tantas luces brillantes y ruido, gritos y cosas de dentro de la sangre que no le dejaban ser lo que quería ser al muchachino joven protagonista. ¿Qué había de bonito o divertido en eso? Era un caos y no lo entendía... Y en cuanto se descuidó se dio cuenta de que estaba jugando con un zorrillo que se había acercado curioso a él.

 

La película pasaba y Roque no le hacía ni caso mientras de vez en cuando oía gritos ahogados de sorpresa y de satisfacción en los asistentes. Parecía que Román había acertado, Selene le iluminaba.

 

Poco antes de que la película finalizara el zorrillo se marchó y con una sonrisa Roque se giró hacia los demás cuando salían en pantalla aquellas letras que no entendía, no solo porque leer no fuera lo suyo, sino porque además sabía que estaban en raro. Y aunque había disfrutado del tiempo con los demás no dejaba de pensar para sus adentros: «Pues una de Cantinflas habría sido más divertida».

 

Colinas cerca del Salugral. Todos y cada uno de los años del resto de su vida. Aniversario de la batalla final y del despertar del Túmulo Quebrado.

 

El viejo cubil. Abandonado hace tantos años, donde Armonía de la Naturaleza y Rugido del Viento habían tenido su vida juntos, donde habían nacido sus cachorros... Donde habían sufrido y llorado.

 

Apenas quedaba nada allí que dijera que había sido un hogar para alguien. Un buen rastreador o investigador vería que las rocas enfrente de la entrada estaban puestas de una manera casi circular, pero el paso del tiempo y las inclemencias del clima las habían acabado por separar y la maleza reclamaba todo. Aun así, había pistas para dichos ojos entrenados.

 

El lobisome, pues aquella noche en particular Selene estaba en todo su esplendor en el cielo, descansaba sobre los cuartos traseros a la espera de la llegada de su manada. Y no tardaron. Sus hijas venían con sus parejas y traían sus propios cachorros. Armonía de la Naturaleza estaba viejo ya, pero no podía más que alegrarse porque viera cómo ellas continuaban la vida y traían más descendientes. Incluso con el pesar del recuerdo podía sentirse ciertamente feliz.

 

Saga llegó la primera, la mayor, siempre tan seria e imponente. El vivo reflejo de su madre. Y quienes venían con ella se quedaron detrás, sabiendo su lugar.

 

Yggdra vino después, tras ella Buscatesoros y por último Plata Pura, a quien este lugar le traía recuerdos aún más amargos. De alguna manera sabía que el cubil podría haber sido su tumba también, si no llega a ser por la inspiración de una gitana... y un poco de ayuda extra.

 

Roque no miró atrás, no le hacía falta, sus hijas estaban allí y este año había más que ya conocería después. Pero ahora tocaba algo más solemne...

 

Aulló, solo y roto. Un aullido triste y melancólico. Un aullido grave y largo. Un aullido por su familia que no les acompañaba ya.

 

Y al momento se le unieron sus hijas. Tras ellas sus parejas y al final sus nietas y nietos. Demasiadas voces para contarlas. Un coro perfectamente sincronizado que lloraba la pérdida.

 

Incluso aunque muchos no hubieran conocido a los caídos.

 

Lloraban por Surtur, el más enérgico de la camada.

 

Lloraban por Ynga, la pequeña vanidosa que más cuidaba de su gris pelaje.

 

Lloraban por Morrofrío, el primero en levantarse siempre y que despertaba a los demás.

 

Lloraban por Patasuaves, el más pequeño y mimado.

 

Lloraban por su madre, su abuela, Rugido del Viento.

 

Y el viento soplaba con fuerza, respondiendo a los aullidos y lloros. El viento rugía con ellos. Y ni los lobos callaron ni el viento cesó durante toda la noche. Dándole aún más significado al homenaje que se hacía todos los años en el Salugral. Los Lupus también creaban tradiciones.


Estas son algunas de las historias que puedo leer en la tierra sobre Armonía de la Naturaleza, aquel a quien llamaban Roque. Algunas son tristes, otras son bonitas, pero todas enseñan algo. Aprended de ellas como él aprendió de mí. Al final yo también aprendí de él, pues los mejores maestros son aquellos que más han sabido escuchar.

 

Realizado por: Pablo

Contacto

Cualquier tipo de contacto que quieras realizar con la asociación envía un correo a: admin@revcc.es

Indicad en el asunto la ambientación o duda.

Información Adicional