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La luna se levantaba en el cielo de forma tímida entre nubes esta noche. Surgen haces de luz de luna desde el cielo dibujados en todo el Valle del Jerte y la zona de Hervás dejando preciosas estampas de paisajes de luz plateada o de aterradoras zonas oscuras por su ausencia.

 

El cuerpo desmembrado de Lupo yacía sin vida en el suelo en una de esas zonas oscuras. En ella la sangre no se diferencia de un charco de agua. Algo terrible ha pasado para que ese ser no haya sido capaz de superponerse a sus heridas, de que alguien con lectura mental haya sido sorprendido y emboscado.

 

 

El tiempo era confuso para ellos. Era complejo expresar cómo algo que había sido natural y estable desde que se tenía uso de razón, había dejado de tener mucho sentido.  Los instantes se solapaban entre sí, y se estiraban y comprimían como la cuerda de un tirachinas. Conceptos como “ayer”, “hace cinco minutos” o “el día que morí”, carecen de sentido. El futuro no. El futuro parece siempre inminente, siempre acechante, como heraldo de la catástrofe. Del Apocalipsis. Lo cierto es que habían muerto. Eso era una verdad ineludible. Pero no habían llegado a donde se suponía que debían llegar, fuese eso lo que fuese. Esa era otra verdad ineludible. 

 

En ese vacío, ese limbo entre estar vivo y que el tiempo tenga sentido, y estar muerto y que el apocalipsis se te eche encima, nada parecía estable. Nada tenía sentido. ¿Por qué seguían allí? ¿Qué se esperaba de ellos? Ni siquiera quienes que habían sido seres queridos podían darles respuesta o significado. Y sin embargo había… ¿alguien?... que podía. Catalogarle como una persona era arriesgado en el mejor de los casos. De hecho decía ser un espíritu, como ellos. Un concepto. El Segador. La ausencia de vida. La Parca. El Devorador. No dejaba de ser inquietante que el Pueblo se refiriese a Wyrm con alguno de aquellos epítetos. 

 

 

Hace mucho tiempo, no tanto como para no poder medirlo en años, no tan poco como para recordar la fecha exacta… Bueno, antes incluso de ello… Una hija de Selene, una lúnula, cobró consciencia de sí misma. Se podría decir que había nacido un espíritu, un avatar de espíritu, para ser exactos. Como ocurre con todos los linajes espirituales, los hijos no dejan de ser una faceta, limitada, parcial, de los padres. Esta lúnula era un trozo de lo que simboliza Selene. Hay muchas y variadas hijas de Selene, casi tantas como noches tiene el tiempo, y sería una tarea ingente catalogarlas, o simplemente nombrarlas a todas ellas.

 

Esta faceta en concreto, sentía una curiosidad enorme por todo lo nuevo. Y para ella, ese “todo” era literalmente TODO. Las mareas umbrales, las fronteras entre zonas de la Teluria, la voz de Selene, su brillo, la reacción de los seres vivos a ese mismo brillo… Todo. Por otro lado, todo lo que le hacía sentir curiosidad, le entusiasmaba. Hacía cuanto podía por aprender de ello, y fomentarlo. Cuidarlo, mimarlo y hacerlo crecer. Suena bonito, pero recordemos que las cosas desagradables también podían hacerle sentir curiosidad y entusiasmo. Selene tuvo que aceptar que su nueva hija era así. Inspiraba a todo lo que existía a ser lo que estaba destinado a ser. Awen fue el nombre que le puso.

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