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La Conquista de Hispania

 

La presencia romana en la península Ibérica se prolongó desde finales del siglo III a. C., momento en que se inició la conquista, hasta principios del siglo V d.C., cuando el desmembramiento del Imperio favoreció el asentamiento en Hispania de algunos grupos de pueblos germánicos. Fue una consecuencia directa de la segunda guerra púnica. El Senado había decidido llevar la guerra a Hispania para aislar a Aníbal de cualquier posible suministro de ayuda o tropas que pudiesen serle enviadas desde su retaguardia en Hispania. 

 

Primeros pasos 

En el año 217 a. C. Escipión llegó a Hispania y debilitó la capacidad de presión de Aníbal, sometiendo la parte suroriental de la Península dependiente de Cartago. Pero una vez logró esto el Senado no quiso retirarse de Hispania, por miedo a Cartago y por aprovechar los recursos de la zona. En el año 197 a. C. El Senado asignó un gobernador a cada una de las dos zonas controladas por Roma: la costa y valle del Ebro que era la Hispania Citerior y el valle del Guadalquivir o Bética, que constituía la Hispania Ulterior. Probablemente esta división en dos provincias se explique en parte por las condiciones de la ocupación romana, que, en verdad, sustituía a la cartaginesa, retomando por tanto la estructura de la colonización púnica. Con esta división los efectivos militares se redujeron a dos cuerpos de ejército de 8.000 hombres cada uno. 

Como era de esperar, la buena gente de Hispania no tardó mucho en armar una rebelión por todo lo alto en el 200 a. C. en la zona Bética que se extendió a la Citerior. El cónsul al que le tocó lidiar con todo el asunto fue Porcio Catón que logró una pacificación de la zona que, al menos, permitió organizar la explotación de las minas de Cartagena y de la Bética. No obstante, la paz no podía ser duradera sin el control de los belicosos pueblos del interior. Durante toda la primera mitad del siglo II se sucedieron sin descanso operaciones militares que no lograban despejar el peligro definitivamente. Sólo una intensiva política de asimilación y civilización sistemática llevada a cabo por Tiberio Sempronio Graco dio los resultados esperados. Lo que hizo fue fundar una ciudad en el valle del Ebro, Gracchurris y asentó a las poblaciones que se dedicaban al saqueo y pillaje como modo de vida. 

 

 

El gran conflicto 

Lo cierto es que los botines obtenidos de la conquista fueron bastante cuantiosos, tanto que en el 171 a. C. llegó hasta el Senado de Roma un grupo de representantes de las dos Hispanias para dar cuenta de los niveles de extorsión a que estaban sometidos. La solución del Senado fue hacer que el pretor, L. Canuleyo investigase los daños causados por los magistrados responsables de Hispania. De los tres magistrados acusados, el primero, L. Mancino, abandonó el territorio romano. Ante semejante panorama, el Senado propuso que eligiesen patronos, hipotéticos defensores de los intereses hispanos. Previa lectura de un senado consulto, les fueron asignados como patronos M. Porcio Catón, P. Cornelio Escipión, L. Emilio Paulo y C. Sulpicio Galo. Salvo el último, los otros tres habían sido los conquistadores y principales saqueadores de los hispanos. Lo cual, unido a factores sociales diversos, se tradujo en que, en 154 a. C. estalló una gran guerra que se propagaría durante los veinte años siguientes en Lusitania (Portugal) y Celtiberia y que culminaría en el espectacular asedio de Numancia. 

En el 154 a. C. se produjo la invasión por parte de los lusitanos en la Hispania Ulterior y ya en el 154 a. C. fueron capaces de infligir una importante derrota al ejército romano. Esto hizo que desde Roma se adoptase una respuesta brutal que incluía represión hacia las poblaciones de Hispania, masacres, traiciones… como, por ejemplo, Viriato, caudillo lusitano y símbolo de la rebelión indígena, que murió asesinado por sus amigos al ser comprados por Roma. Gracias a esto el avance de los ejércitos romanos fue más rápido. Finalmente, el Senado, harto del descontento que ocasionaban las campañas en Hispania, buscó a P. Cornelio Escipión Emiliano, el mejor general del que disponían. Había tomado Cartago y era un experto en estrategias militares de choque. Atrajo voluntarios y juntó una fuerza de 60.000 hombres. Cercó a Numancia con siete campamentos, después de quince meses de bloqueo total la ciudad se rindió presa del hambre y de las epidemias. La mayor parte de sus jefes mataron a sus familias, quitándose después la vida. Los supervivientes fueron vendidos como esclavos y la ciudad fue totalmente destruida. Tras esto, Hispania permaneció en paz hasta finales del siglo. 

 

 

Comienzo de una nueva era 

Lo cierto es que a comienzos del siglo II a. C. había pocos núcleos urbanos en Hispania. La mayoría del territorio eran pueblos inestables con fronteras imprecisas, lo que los hacía difíciles de controlar. Así, la progresiva romanización tuvo como uno de sus primeros objetivos (aunque esto fuera también la consecuencia) la fundación de ciudades. 

Hispania no fue ajena a las disputas políticas y militares de los últimos años de la República Romana, cuando Quinto Sertorio se enfrentó al partido de los aristócratas encabezado por Sila en 83 a. C. Al perder en Italia, Quinto se refugió en Hispania, continuando la guerra contra el gobierno de Roma y estableciendo todo un sistema de gobierno con capital en Huesca (Osca). Finalmente, fue Pompeyo quien, tras varios intentos de incursión en Hispania, terminó con Quinto Sertorio utilizando más la intriga política que la fuerza militar. Posteriormente el apoyo peninsular a Pompeyo fue la causa de una nueva guerra en Hispania entre sus seguidores y los de Julio César.

 

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