Cecilia respiró hondo dos tres y cuatro veces mientras la adrenalina estallaba en sus venas. Cogió impulso a la carrera para saltar el maldito agujero. Debajo de este solo se veía oscuridad, telarañas y suciedad. La parentela se estiró todo lo que pudo para alcanzar el otro lado viendo cómo por poco caía al otro lado sobre las tablas de madera pero por desgracia estas crujieron y se rompieron debajo de ella. La parentela dio un chillido y trato de agarrarse al borde antes de caer a la oscuridad y darse contra los sacos y el heno que había puesto debajo. El impacto fue duro y se quedó sin respiración por el golpe mientras todos sus músculos y huesos se quejaban de dolor. Sintió ganas de llorar pero la parentela se contuvo. Había sufrido palizas peores y conocía perfectamente la sensación cuando un hueso se rompía y esta vez no había sido así. Por un golpe así no merecía la pena derramar lágrimas. Además los hijos de la camada no lloraban y ahora ella era camada. No pensaba avergonzar a su familia y así misma haciéndolo. Se levantó y se sacudió el polvo de encima dirigiéndose de nuevo a la cuerda que pendía del piso superior. Tenía las manos ya peladas de escalar por la cuerda y había manchas secas de su sangre en ella pero no le importo. Respiró hondo y volvió a hacerlo.
Arriba el agujero era ahora más grande que antes, volvió a intentarlo, volvió a coger carrerilla para tratar de saltar aquel obstáculo imposible solo para volver a caer una vez más. Y dos...y tres….el cansancio de sus músculos reclamaba que parase. Que lo dejase para la próxima vez. Que se rindiese.