Menú Principal

El camino a Hel

Dos tambores retumban en la noche, acompasados, parece que el fuego de las antorchas bailara al son del cuero vibrante.

 

Las columnas romanas del Templo de la Cilla enmarcan la escena, en contraste con un improvisado barco vikingo de menos de 3 metros de eslora que espera en la orilla del lago de Valdecañas. Justo donde unos meses atrás Garra-Sangrienta había podido descansar por última vez, a la sombra de los olivos que ofrecían cobijo al frío y a la lluvia. Aquel día olía a tierra mojada, café y miedo. Hoy la noche está impregnada de otros aromas: alcohol, aceite de quemar y madera recién barnizada. Y el Ahroun yace a los pies del Pórtico de Augustobriga, esta vez para siempre.

Lorelei baila al son de la percusión, como poseída, con el cuerpo cubierto por pintura, un fino vestido y flores en el pelo. Arabelle oficia como Ángel de la Muerte, la Theurge se sobrepone al dolor y llama a los ancestros para que acudan a su llamada y guíen el espíritu de su compañero. La mujer sostiene en sus manos un arco de hueso, con una flecha que descansa entre sus dedos. Aguarda el momento en el que su hija termine de bailar, para dar la señal y prender fuego al barco que llevará a su amante hacia los salones de los Aesir.

 

La Tribu guarda silencio. Para algunos es su primera vez, para otros es un momento solemne. Ya han dicho sus últimas palabras, el guerrero aguardó diez noches con sus días, y por allí pasaron todos los que quisieron despedirse de él, en un improvisado velatorio en lo profundo del bosque. Gente de la manada y de otras Tribus llegaron para despedirse, conscientes de que había dado su valiosa vida por ellos.

 

Dos últimos golpes marcan el final del baile. Guía-de-Ánimas hizo un gesto, y empujaron el barco hasta que el agua lo acogió. Lorelei caminó hasta situarse entre su madre y su Alfa. Y el silencio se cortó con el silbido de una saeta volando en la noche.

 

La mano de Lorelei aprieta la de Juicio-Justo en un intento por contener el llanto, pero mientras siente cómo sus ojos se empañan, se gira a ver el reflejo de dolor en los de su madre. Pero no hay más muestras de sentimientos, ni palabras de consuelo, ni llantos. La Camada de Fenris no lo permite, no hay espacio para la debilidad. Solo escucha el crepitar del fuego mientras consume la carne, las ofrendas y la madera de la embarcación.

 

Así es la Camada. Y en la calma y la oscuridad de la noche, uno a uno, se van. Dejando finalmente sola a Arabelle con su dolor y su silencioso.

 

 

Contacto

Cualquier tipo de contacto que quieras realizar con la asociación envía un correo a: admin@revcc.es

Indicad en el asunto la ambientación o duda.

Información Adicional