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La Hora del Lobo

Era ya tarde. Todos los turnos en las oficinas habían terminado. Un pequeño y flaco oficinista se dirige hacia el despacho de su jefe.

- Buenos días, señor Durán. ¿Me hizo llamar?

 

El enjuto hombre entró en el lujoso despacho de su jefe. Decenas de títulos adornaban las paredes y ante él, en una mesa de la más fina caoba, estaba sentado un hombre rubio y de profundos ojos azules. El subordinado se sintió inquieto ante su mirada.

- Sí, Nicolás. Adelante.

 

Aunque el tono del empresario parecía tranquilo, el hombre se estremeció. Se sentía perseguido, acorralado por el siempre tranquilo y serio Mateo, su jefe.

- ¿Qu… qué ocurre, jefe? – no pudo evitar tartamudear - ¿ha ocurrido algo que afecte a la contabilidad? Me pondré de inmediato a lo que sea. 

Mateo se levantó y comenzó a pasear por su despacho, admirando las vistas de la ciudad de Cáceres antes de cerrar las persianas a la noche. Un par de hilillos de luz de Luna pasaron a través de ellas, rivalizando con la tenue luz de su despacho. Suficiente para ver con comodidad.

- ¿Ocurrir? Bueno… quizá. He estado dando algunas vueltas y he decidido delegar los puestos de poder que ostento en esta empresa. Me quedaré viviendo con mi familia en la ciudad de Cáceres y pondré a alguien en mi lugar. Su nombre es Hendrik Wünsche, y es un hombre brillante y capaz, que será eficiente con su trabajo. Y con respecto a eficiencia…

 

Nicolás apenas pudo reaccionar cuando su jefe se abalanzó hacia él y le estampó contra la pared. Una bocanada de aire salió de sus pulmones y, durante unos instantes, éstos se negaron a volver a tomar aire alguno mientras su superior le miraba con unos ojos terribles, como de una fiera. Sintió su muerte próxima y su vejiga decidió que ese era un buen momento para vaciar su contenido.

- Aquí jamás se volverá a tolerar ineficiencia o falta de dedicación. Sus robos y su “contabilidad creativa” dejarán de ocurrir o me veré obligado a ponerme realmente serio. No creo que quiera que vuelva aquí para tener una nueva reunión con usted, ¿no?

 

El empleado tan sólo pudo mover la cabeza espasmódicamente de un lado a otro. Prácticamente echó a correr en cuanto el empresario le soltó. Mateo sonrió mientras éste huía. La sangre en sus venas bullía por perseguirle, por devorar esa presa. Pero no era el momento. Ahora no. Él no. Tenía presas mejores que cazar.

 

Presionó el botón del interfono mientras contemplaba su rostro en el cristal de una de sus muchas titulaciones. Unos fríos y salvajes ojos azules le devolvieron la mirada. Sonrió mostrando los colmillos.

- Tania, trae un equipo de limpieza a mi despacho y llama a Roberto Martín después. Él y yo tenemos que hablar sobre sus proyectos ilegales en el norte de Cáceres.

 

Una voz conocida le dio la respuesta.

- Tania se ha ido. Ya es tarde y le he dado permiso en su nombre para terminar su turno. Espero que eso no vaya a alterar mucho su reunión, alfa.

 

El reflejo del cristal devolvió una mueca salvaje, la mirada de un depredador. Había llegado el momento. Ahora sí. Él sí. Comenzaba la hora del lobo.

 

Juicio-Justo se quitó la corbata y se aflojó la camisa.

- Por supuesto que no, Duggan, hazle pasar en cuanto esté aquí. Las afrentas contra el túmulo se pagan. Y aquí no se tolera la debilidad. Después necesitaré que te pongas imaginativo…

 

Los informes policiales tan sólo certificarían su desaparición por los montes de la sierra de Gata un par de días más tarde. Su cuerpo sería encontrado tres días después, destrozado por los animales salvajes.

 

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