No eran pocos los que observaban detenidamente al último guerrero que había llegado al Gran Salón del Padre de Todos. A pesar de ser un Skaldo de gran habilidad, como bien insistían varios ancestros, apenas hablaba ni interactuaba con el resto; su actitud taciturna, aquella mirada oscilante entre la melancolía y la ira y las respuestas hoscas y tajantes a cualquiera que interactuara con él, lo marcaban como alguien extraño. Incluso en la batalla, luchaba con una terrible rabia que iba más allá de la propia de los Garou; no había orgullo ni gloria en su postura o en sus movimientos, a pesar de ser capaz de equipararse en la pelea a los Fostern, solo una fría y triste ira, deseosa de salir en busca de sangre que derramar y enemigos que vencer. Hacía semanas que había llegado y muchos eran los que hablaban de él, incluso el propio Odin le observaba con poco disimulo.