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Ya empieza a caer la noche, y por los callejones de la zona industrial de Caceres, se escuchan desorganizados ruidos de pasos a los que no acompaña ninguna silueta. Su necesidad de esconderse ha sido enorme, pero olvidó amortiguar el ruido. Aun así, nadie podria decir que las lagrimas nublaban sus ojos hasta impedirle ver bien por donde corría. Gruesos goterones surcaban sus mejillas y mojaban su camisa, pero no se le escapó ni el más minimo quejido, al fin de cuentas cuando vives escondiendote aprendes a llorar bajito.

 

El atronador sonido de su corazón, que corre desbocado de miedo, amortigua el mundo exterior. En su cabeza, dos realidades chocan furiosamente. Los colores pierden saturación ante el dolor de la imagen que ESO ha implantado por la fuerza en su imaginación. Porque es ESO, no su hermano. Huele como Jonás, se ve como Jonás y habla como Jonás, pero estaba equivocada, no lo es.

 

 

La luna gibosa brilla en el firmamento, cantando canciones que solo los Skaldo saben escuchar. Canciones de vientos salvajes e indómitos, de las lagrimas de la lluvia y de la muerte de la luz.

 

Canciones que Voz de Garm escucha mientras se dirige con paso firme al lago del Salugral. Hoy no patrulla como es costumbre en el, tampoco va al Guardián de la Calma en busca de la compañía que todo viejo soldado requiere de vez en cuando. Hoy no trae seguridad para el Pueblo ni respuestas a sus preguntas. Hoy es un día especial, único hasta la fecha.

 

Hoy, Voz de Garm, se dedica la noche a si mismo.

 

El día se levanta frío, Abrelatas se levanta muy lentamente de la cama, con cuidado de no despertar a los pequeños, los arropa y mueve el pequeño brasero, para que las brasas restantes de la noche, calienten la habitación.

 

Afuera del cuarto, están los vasos tirados en el suelo, la mesa, ha dejado de ser, y todo está aún más desastroso que antes, avergonzado y herido, intenta sobreponerse, no es tiempo de lamentar.

 

 

 

La noche estaba tranquila, el aire mecía sutilmente los árboles que estaban próximos al Guardián de la Calma, las luces se posaban sobre la puerta del local. Hoy era uno de esos días en los que Fabián confiaba que no llegaría. El dueño y camarero del bar había salido a comprar, los proveedores no habían traído el género y su camarera estaba librando. Diana, su nueva inquilina, también había salido a cazar. Entre suspiros y a regañadientes, Fabián había dejado sola a la gitana: “hoy no tiene pinta de que vaya a venir nadie”. 

 

 

Diana mantuvo la Rabia a raya durante el tiempo que estuvieron encarcelados en la Comisaría de Cáceres.

 

El tiempo suficiente, al menos. Permanecía sentada en el suelo con las piernas cruzadas y las manos en las rodillas, sintiendo el frío del calabozo reptar por su piel y sus huesos. La espalda contra la pared de ladrillo, lo más lejos posible del ventanuco por el que entraba el hedor nauseabundo a ciudad. Ojos cerrados, centrándose en su propia respiración. Centrándose en las voces de Canción Nueva y de Huellas de Plata. De Fabian y Destiny. Abrazándose internamente a ellas. Tratando de encontrar un Ancla a la realidad.

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