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Román se dejó caer, derrotado, sobre el sofá. Tenía la mirada perdida, los ojos hinchados por el llanto y las manos destrozadas por descargar su rabia contra cualquier superficie dura que pudiera aguantarla. El dolor de las heridas de la batalla se había ido ensordeciendo con el paso de los días, y sólo quedaba un molesto picor (nada glorioso, si le preguntares a él) allí donde la curación natural hacia efecto. La puta plata de aquellos comandos picaba de verdad.

 

El piso que había compartido con Tio Gunnar y Lobo Gris se le antojaba claustrofóbico y oscuro. Ya no era ese refugio descuidado y viejo, pero cálido y recogido; era más una cripta en la que esperaba pacientemente a que Madre y Pharmatecnic vinieran a por él en su sueño y lo ejecutaran como a un perro. Lo que más atenazaba sus entrañas es lo poco que le importaba. 

 

 

Cada vez que cierro los ojos, vuelvo al campo de batalla

 

Sara despierta en una casa limpia y tranquila. Sabe que eso para muchos es algo normal y placentero, pero ella estaba empezando a coger el gusto por la presencia inquietante de insectos y ruidos raros que siempre caracterizaban la casa de Décimo Dígito. Echa un vistazo y ve a Patri abrazada a una máscara de gas con restos de lágrimas en la cara intentando echar una cabezada.

 

Se levanta, se viste, coge la identificación del trabajo y las llaves del coche. Cómo han cambiado las cosas. Dos chicas que no tenían donde caerse muertas con una casa, trabajo, un coche, una familia… y aun así Sara tiene la impresión de que no acaba de pertenecer a este sitio. Antes de todo, hace una parada en una cafetería para comprar un café en específico con tapadera, un café ridículamente caro. Llega temprano, se echa un café en una de las máquinas de allí y le da a un botón en concreto para que salga un café aguado que nadie quiere pero que por cosas del destino no te pide una moneda.

 

 

Una fresca mañana se levantaba en Cáceres. La brisa recorría las calles anunciando el esplendor de la primavera. Un hombre paseaba disfrutando de esa brisa, a la espera de una llamada telefónica para cerrar unos asuntos de negocios. 

- ¿Quién me ha visto y quién me ve? -  se preguntó el hombre mientras reflexionaba sobre todo lo sucedido los últimos meses. 

 

Marcel ha pasado de ser un reconocido militar condecorado y dueño de una contrata de mercenarios y seguridad privada exitosa a un hombre con un horizonte nuevo tras una dolorosa inflexión en su forma de vida y pensamientos. Unos meses de cambios radicales que han supuesto esconder a su mujer e hijos, asesinar a miembros de su propia familia, llorar a un hermano que no debió morir a manos de un sarnoso policía hijo de las mil putas, encontrar un nuevo propósito y una gente a la que proteger y llamar familia. Aunque tampoco se podía mentir, es verdad que todavía le costaba no vigilar su cartera cerca de tantos gitanos. Pero juró ante su tótem que cambiaría sus ideologías y, ante todo, él cumple sus promesas.

 

 

Mihai salió de casa una noche más. Sentía una ligera molestia en el cuerpo que había comenzado esta mañana que no le dejaba moverse del todo cómodamente.

 

Un mensaje de Christian. Desde que El Pueblo había tenido ese…desagradable incidente con él, Mihai y el cazador no se hablaban, pero ambos sabían que el deber tenía que ser cumplido. Mihai apunto los datos y elimino el mensaje.

 

 

Un mes después de lo sucedido en el orfanato, una sombra femenina se aproxima a una parada de taxis de Cáceres. Asustada, inquieta, pero sin mostrar atisbo alguno de su nerviosismo, le da un papel que contiene la dirección a uno de los conductores. Este la mira un tanto extrañado y asombrado por las horas. Y por las vestiduras de la chica. 

-¿Hervás? Esto está lejos ehh chica- Dijo el taxista al observar el papel. -Espero que tengas como pagarme. Si no tendremos que buscar la forma de que lo hagas.- una sonrisa perturbadora se desdibuja en su cara mientras se ríe entre dientes. 

 

La chica asintió y de su pecho dejó ver un par de billetes. 

-Está bien, sube.- Haciendo un gesto con la cabeza, el taxista bromea con sus compañeros antes de subirse al coche. 

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