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Al fondo de una petaca

*** Trigger de suicidio *** 

 

 

La pequeña habitación cada vez se sentía más claustrofóbica según se apilaba la basura y las botellas ocupaban más espacios del suelo. Marcos entró, dejó su bolsa en el pequeño escritorio y se estiró en la cama, observando el collage de fotos pegadas al techo.

—Esa fue tu primera vez en el zoo, estabas tan ilusionado —señaló una de las fotos antes de pasar a la siguiente, hablando para sí mismo—. Esa fue nuestra primera cita, te veías radiante. Allí fuimos los tres juntos de viaje a Upper Lake; fue precioso, pero la luz en vuestros ojos lo eclipsaba todo. En esa…

 

Marcos se atragantó en sus propias lágrimas y empezó a sollozar, hasta que rompió en un llanto incontrolable que a nadie del piso le importó escuchar; no era la primera vez que le oían así, pero mientras siguiera pagando el alquiler, poco les importaba. Volvió a coger el móvil y marcó el mismo número otra vez, como hacía una docena de veces al día.

—Este es el despacho de Tomás Martin —sonó tras un breve pitido—. Si desea acordar una cita, marque uno; si desea…

 

Marcos tecleó de memoria todo el proceso, añadiendo seis cifras más al teléfono marcado, hasta conseguir llegar al buzón de voz.
—Hola hijo, soy yo, otra vez —el cervecero se sorbió los mocos e intentó modular el tono sin demasiado éxito—. Estoy seguro de que te filtran los mensajes y por eso no te llegan, pero quizá si insisto mucho, alguno se colará ni que sea por accidente —una risa forzada complementó el comentario—. Ahora que lo pienso, decir “otra vez” cuando no has escuchado ningún mensaje antes es raro… Bueno, me voy por las ramas. Me han dicho que estás en Irlanda, pero por favor, cuando vuelvas, llámame. Tenemos que vernos, llevo años buscándote —Marcos contuvo la respiración por unos momentos antes de terminar—. Te echo de menos. Te quiero. Llámame, por favor.

 

Colgó por quinta vez aquel día y se asomó a la ventana, observando a los niños jugar en la plaza de San Juan. Gritaban y corrían ajenos a los Insurrectos que planeaban algo en la terraza del Yuste; le recordaban tanto a su pequeño... Volvió a meterse dentro y bajó las persianas hasta que apenas entró una rendija de luz en el cuarto.

 

La cerveza está gustando. 

 

Una voz que no era suya le hablaba alegre y despreocupado de cuanto sucedía a su alrededor. Padre Cebada llevaba días intentando animarle, sin éxito.

—Supongo…

 

El Pueblo está encantado.

—Me alegro.

 

¡Anima esa cara, mi pequeño cervatillo!

—¡Es fácil decirlo si te pasas el día de fiesta! —gritó Marcos mientras arrojaba una botella de Macallan 12 contra la pared—. ¡Todo el puto mundo se muere alrededor y tú te pasas el puto dia celebrando!

 

Hay que llorar la muerte, pero también celebrar la vida.

—No queda nada que celebrar —Marcos sacó una petaca del bolsillo y empezó a abrirla con lentitud—. Sin él… Sin ellas… Ya todo da igual.

 

Padre Cebada se materializó por un instante, alargando la mano para intentar detener a Marcos, pero este fue demasiado rápido y vació la petaca de un largo trago, quedando fuera del alcance del espíritu. De repente, Marcos sintió como flotaba en el vacío, rodeado de oscuridad y voces siniestras que le acompañaban en la lenta caída al fondo del abismo.

 

Solo le quedan unas pocas semanas…

 

No se puede hacer cargo de este niño…

 

Diana… Diana no lo ha logrado…

 

Según la fantasmal cacofonía se convertía en un griterío desordenado, el descenso se frenó y unas verdes volutas de humo tóxico empezaron a rodear el cuerpo desnudo de Marcos, acunándolo y secando sus lágrimas por unos instantes.

 

¿Mejor, querido?

—Un poco…

 

Podríamos solucionar esto… Puedo ayudarte a descansar…

—¿Como? —Los ojos de Marcos se llenaron de esperanza.

 

Un descanso, un sueño donde siempre estarás con ellos…


Unas siluetas se formaron a lo lejos, aunque Marcos las reconoció al instante. Del mismo modo, un arma, parecida a un revólver, se materializó delante de él.


Solo tienes que apretar el gatillo…


El arma se depositó en sus manos y la sopesó durante un instante que se hizo una eternidad.


Cariño, ven y siéntate a la mesa, he cocinado canelones, se que no es navidad, pero…


¡Papá, vamos a jugar!


Marcos sonrió con el llanto a punto de desbordarse y posó el cañón de la pistola en la sien.


Ajustó el percutor y…


Un tono de llamada lo sacó del trance. Rebuscó la habitación intentando encontrar el móvil mientras una terrible resaca le asolaba la cabeza. Era Alejandra.
—¿Si?... Bien… De acuerdo… Vale, estoy en media hora, más o menos…

Colgó el teléfono, suspiró y al levantarse de la cama se quedó de piedra.


El revólver estaba sobre el escritorio.


Marcos dudó un instante.


Guardó el arma bajo la camisa, acarició la culata y marchó a la reunión del Pueblo; los Parientes se reunían.

 

Realizado por: Eloi

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