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Un Campo de Cebada

 

 

Tres semanas tras la batalla y el despertar del Túmulo, una solitaria lápida se alza en lo alto del pequeño montículo que delimita el Salugral por el este, allá donde la luz del túmulo brilló con más fuerza.

 

Marcos Martin, 42 años
Estamos aquí para beber cerveza, matar a la guerra,
reírnos del destino y vivir tan bien nuestra vida
que la muerte tiemble al recibirnos.

 

El sol se pone mientras un tallo de cebada crece sobre la tumba, meciéndose al son de una suave brisa.


 
Cinco años tras el despertar del Túmulo

—¡No te alejes, Fabián!

 

Anna acariciaba los tallos del cereal según atravesaba el enorme campo de cebada que se extendía por casi un tercio del Salugral. A los pequeños les encantaba corretear por los cultivos que cuidaban varios de los Parientes, aunque mamá siempre le decía que no hacía falta.

—Marcos nunca ha dejado de atender el Salugral, nosotros solo le hacemos compañía.

 

Escuchaba a Joan y Jordi correr a través de la plantación, comunicándose por los pinganillos que les había conseguido Diskette.

—Perímetro inferior asegurado, hermano. Cambio —dijo el pequeño de los dos a pocos metros de ella, prácticamente invisible a sus ojos.

 

En realidad ellos eran los mayores y deberían hacerse cargo de vigilar al resto, pero siempre se escabullian a la que podían y le tocaba a Anna cuidar de los pequeños del clan.

—¡Tata!

 

Aurora corrió hacia Anna, pidiendo que la aupara.

—¿Dónde te habías escondido tú?

—¡Con el señor! —La pequeña señaló emocionada hacia la cima del altozano.

—¿Con un señor? —Anna subió el tono sin quererlo y a derecha e izquierda, los hermanos Guerra surgieron como si hubieran estado enterrados bajo tierra.

—Tu por la izquierda, J Jr. —Joan desenfundó el taser que le había regalado Magdalena. A su vez, Jordi empuñaba un cuchillo militar—. Yo a la derecha. Anna, eres el señuelo, ánimo.

 

La chica no tuvo tiempo a replicar esa decisión; los dos adolescentes se habían dispersado a través de la cebada como auténticos comandos militares. Su madre solía decir que lo llevaban en la sangre, pero a Anna esa excusa no le servía para su comportamiento ni para la ingente cantidad de habilidades paramilitares que poseían. A sabiendas de que no tenía posibilidad de discutir la situación, avanzó cargando con Aurora hacia donde la niña señalaba.

 

Encontró al pequeño Fabián agitando las manos feliz junto a un hombre sentado frente a la vieja lápida del campo de cebada. Vestía una camisa muy florida, una extraña boina que le recordaba a la de los ancianos que visitaban el bar de Fabián Sr. y a pesar de estar de espaldas, podía oír sus sonoras carcajadas mientras jugaba con el niño.

—¿Disculpe, qué hace usted aquí? Esto es una propiedad privada. —preguntó con el tono que su madre le había obligado a ensayar para imponer respeto a los adultos.
El hombre se giró esgrimiendo una sonrisa de oreja a oreja y Anna se quedó pasmada por un instante. Ese joven que rozaba la treintena, le recordaba mucho a alguien.

—Oh, disculpa pequeña, no lo sabía. —Al levantarse, Anna se percató de lo alto que era—. ¿Eres la hermana de Aurora, verdad? Yo me llamo Tomás, he venido a hacer una visita al Guardián de la Calma, una taberna de la zona, y me he desviado un poco.

—Más que un poco… —contestó desconfiada, entretanto Aurora conseguía liberarse y se acercaba a Tomás.

—¿Me harías el favor de llevarme? Hace muchos años que no paseo por aquí y no sé el camino. —Según hablaba, subió a la niña sobre los hombros y cogió de la mano a Fabián Jr.

—Mmmm, no se si...

—Nosotros lo escoltamos.

 

Los dos hermanos salieron de entre la maleza, guardaron las armas y se posicionaron como escoltas profesionales a los lados de Tomás, que se mostró claramente confuso y sorprendido.

—¿Gracias?

—Tu cuida de los más pequeños, Anna. —Joan ignoró por completo al hombre.

—¿Sabes que tener un año más que yo, no te da derecho a darme ordenes, verdad?

—Lo sé. —El adolescente sonrió y se puso en marcha junto a su hermano.

 

Tomás sonrió como gesto de compañerismo y disculpa a Anna, bajó a Aurora al suelo, acarició la lápida por un breve instante y marchó detrás de los dos Guerra.

—¿Por qué me suena tanto? —preguntó la muchacha al aire, mientras este le respondía con una suave brisa que abrió el camino de los que marchaban hacia bar de Fabían.

 

Una hora y media más tarde

El lunes era el único día en el que Fabián cerraba el Guardián de la Calma, aunque lejos de dedicar ese tiempo al descanso, hacía todos los pedidos de la semana y adecentaba la taberna para la llegada del martes y la oferta de venado a mitad de precio. Entretanto, Lora le hacía compañía desde una de las mesas del fondo, mientras acunaba al recién bienvenido a la familia y programaba los cortafuegos de la nueva ala de investigación de Pharmatecnic desde el portátil.

—Fabián, en serio, relájate cinco minutos al menos y ven a hacerle algo de caso a tu hija.

—Si cierras el ordenador cinco minutos, yo voy contigo.

 

La garou apartó la computadora con una sonrisa de triunfo en la cara, dejando que cargara una serie de procesos que ya había preparado de antemano. Fabián resopló derrotado, sirvió una sidra para cada uno y en la privacidad del local clausurado, se dejaron caer en los brazos del otro, arropandose con el cariño tan profundo que solo veían los más cercanos a la pareja.

—¿Y cómo va todo con Modo Difícil?

—Bien, un poco obsesiva pero…

 

De repente, tocaron a la puerta y ambos dejaron escapar un resoplido mientras Philip se echaba a llorar.

—De verdad, que esto me pone negro. —Fabián se levanto, respiró hondo y se dirigió a la puerta—. El concepto del día libre le resulta ajeno a demasiada gente…

—Le dijo la sartén al cazo. —Diskette cogió a su hijo en brazos y lo meció intentando calmarlo.

 —Perdón, pero está cerrado, vuelva otro día y…

 

Fabián se quedó de piedra al abrir la puerta y ver a Tomás acompañado por los dos Guerra.

—Buenas tardes, siento molestar justo ahora, pero quería… ¿Se encuentra bien, señor?

 

Joan y Jordi rieron mientras se escabullian hacia el escondite secreto que habían construido en la nave industrial de al lado, donde les esperaba la garita de vigilancia conectada a los múltiples micros y cámaras que habían instalado en el interior del Guardián de la Calma.

—¿Cariño?

—Está limpio, ni rastro de Wyrm. —Diskette sonrió, menos impactada que su marido pero igualmente sorprendida por la presencia del viajero.

—Déjame adivinar —dijo con voz temblorosa el tabernero—. Traes unas cuantas referencias de tu cerveza, ¿verdad?

—¿Cómo lo ha sabido?

—Eres bastante predecible, Tomás. —El corpulento barman le abrió paso con un gesto mientras las lágrimas le caían a espuertas—. No sabes cuanto te pareces a tu padre. Bienvenido al clan, muchacho.

 

Al mismo tiempo, una solitaria lápida se alza en lo alto del pequeño montículo que delimita el Salugral por el este, allá donde la luz del sol abarca en su plenitud el campo de cebada del lugar. Ante la losa de mármol se sientan un viejo monje, un tipo con el pelo canoso que viste como un camarero irlandés y una mujer bella y rubia que ríe las gracias de los otros dos. Comparten historias, nuevas y viejas, tras reencontrarse después de cinco años sin verse.

 

En lo alto de los cielos, una enorme loba del color del fuego del hogar deja de perseguir a la luna por unos instantes y observa la escena, permitiendo que una sonrisa se asome entre sus colmillos.

 

Todos por fin han vuelto a casa.

 

Cierre de Marcos Martin

Gracias por tanto

Realizado por: Eloi

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