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Realidad

 

 

Con el corazón a mil por hora, el sabor de la muerte y la putrefacción en la boca, los ojos inyectados en sangre y la rabia junto con el miedo corrí. Corrí acabando con todo lo que encontraba a mi paso. 

Parecía un sueño, una pesadilla. 

Solo podía pensar en la muerte de mi pequeña Diana. Ella, tan fuerte como su corazón, pero al mismo tiempo tan delicada y dulce como las flores de vainilla. Valeria con la cara destruida y sus garras saliendo. Mihai con los ojos llenos de odio y su mandíbula desencajada. 
 
Era una pesadilla.

Corrí, no sabía a dónde iba, pero confiaba en mi destino. 


Mi mano se posó en la piedra. ¿Mi mano? 


Las garras raspando el húmedo y duro material me hicieron mirar, dejaban marcas mientras me deslizaba por esa cueva. Casi no entraba, era demasiado grande. Me agaché y los vi, los vi de nuevo, tan pequeños y peludos. Los ojos de cada uno de ellos se clavaron en los míos y poco a poco mi miedo, mi dolor, todo se fue desvaneciendo. Ahí estaba yo, desnuda, llena de sangre y putrefacción, pero a ellos no les importaba. Me conocían. Les hice venir a este mundo, me olían y jugaban a mi alrededor. Plata Pura, con ese brillo de la Luna en su pelaje, era el más reticente, pero al caer en el suelo derrumbada por las lágrimas fue quien las quitó de mi rostro con su pequeño hocico. Lo entendí, parecía que podía entenderle. 


Salí de allí y conforme me alejaba miraba hacia atrás pensando en cogerlos, llevarlos conmigo, así Noche y yo cuidaríamos de ellos, estarían a salvo de todo esto. 
 
Era un sueño. 
 
Mis pasos seguían hacia delante aunque mi mente siguiera en esa cueva. Cuando me di cuenta había andado hasta llegar de nuevo al campamento. ¿Por qué, dioses? ¿Por qué, Gaia? Y tú, destino, ¿tenías qué castigarme así? Ahora no queda nada, ni fogatas, ni música y mucho menos mi pueblo. Todos habían muerto. 
 
Es una pesadilla. 
 
Recorrí las tiendas y caminos del campamento buscando a alguien, recogiendo los restos de ropas que encontraba mientras secaba las lágrimas de mis ojos. 
Al final del todo, carretas. Había supervivientes. 
 
Es un sueño.

Observé, y como lo acordado ellos estaban ahí, cargando nuestra propia carreta. Nos íbamos de este frío y triste lugar, buscaríamos nuevos caminos y solo el destino sabía si volveríamos. 


Me intenté acercar, entonces él me paró. No él, sino su sombra, sus pájaros, su tormenta. Comenzó a hablarme, intentando explicar todo, pero en mi cabeza solo sonaba una cosa:

"Cállate, Vitaly".

Hice el esfuerzo por enterarme, de verdad, pero mi cabeza estaba con mis hermanos y mi corazón en los caminos. 
 
Era una pesadilla.
 
Él fue claro, ahora es mi maestro, no me podía ir y en una pequeña vuelta tenía que engañarles y convencerles, si no… Mi voz, como otras veces, sería su maldición. 
Nadie dijo nada, subimos al carro y con miradas tristes arrancamos, no fueron muchos kilómetros y paramos. Comida y agua, no hay nada que celebrar. Charla para rellenar el vacío y pensamientos locos de ir a buscar a Aliento del Cazador se ponían sobre la mesa. No se podía, ni Senda Oscura puede encontrarla. Ya estaba claro, éramos tres y nuestra pequeña estaba en el Valhalla, teníamos que admitirlo. 
 
Era un sueño. 
 
Dos noches pasaron y Réquiem despidió a nuestra hermana con su propio ritual y con lo que mejor sabía hacer, cantando, hablando le dio el adiós que se merecía. Yo sabía que no era el momento, pero los cuervos que para Réquiem eran un buen augurio para mi marcaban otra cosa, mi tiempo se acababa. 
Les hablé, les hablé desde el corazón. Usé nuestra tradición, somos gitanos y yo soy la mayor, yo tenía que decidir, yo soy el destino. 
No sirvió de nada, Réquiem, mi prima, mi hermana, Valeria… Aquella a la que tanto me había costado encontrar, mi propia sangre se negaba, no quería entrar en razón, todo le daba igual, parecía que hasta nosotros no le importábamos. 
 
Realmente era una pesadilla. 
 
Todo se volvió oscuro, como si Noche nos abrazara, pero no era Noche si no la sombra de los cuervos que empezaron a graznar, a gritar a nuestro alrededor. Yo sabía lo que era, él estaba allí, había estado ahí todo el rato y ahora me ponía a prueba. 
Miré a Réquiem, con mis ojos llenos de lágrimas, con mi corazón en la mano y realicé las preguntas esperando la respuesta correcta, la respuesta que yo quería. 
El rostro de Senda Oscura, testigo de mi primer juicio ante los espíritus, ante mi maestro, era pálido por el miedo como el mío, pero no el de Réquiem, ella de pie, firme ante mí, sin miedo, sin alma aparente. 
Ella se había perdido y yo no había sido capaz de guiarla al camino, no había sabido ser su Estrella Polar. 
Sus ojos me miraron y barrieron a todos y cada uno de los cuervos que gritaban. Me miró y con una leve sonrisa dijo:
 
-Hazlo, no le des más vueltas, no voy a volver. 
 
No podía creer lo que mis oídos estaban escuchando, mis fuerzas se escapaban haciéndome caer al suelo de rodillas. Y desde ahí, como había dicho Vitaly, mi voz fue su juicio, fue su maldición:
 
-Réquiem, Cliath, Galliard, hija de Noche y perteneciente a los Señores de las Sombras. Desde hoy y que mi voz la escuchen todos los espíritus de cada lado del mundo, por tu terquedad, orgullo y cobardía ante lo sucedido te declaro RONIN, para que tu camino sea otro, esperando así que el Wyrm o los espíritus acaben con tu sufrimiento antes de que lo tengamos que hacer nosotros. 
 
Ella solo agachó la cabeza, sin mirarme y sin despedirse se fundió con la oscuridad. Ahora le tocaba a él, a nuestro niño roto, aquel que me recibió bajo sus alas de búho y potenció quien era, mi amor…

No podía hacerlo, a él no. Pero el peso de la mirada de Aullido Severo era implacable.

No sé cómo lo hizo, pero Senda Oscura lo vio y agachándose a recoger lo que quedaba de mí dijo:
 
-Volvamos a casa, demasiadas pérdidas y nuestra madre ya está débil. No podemos hacer esto. 
 
Sequé las lágrimas de mis ojos y vi su rostro frente a mí, pero no era suficiente para mi maestro. Sentí su presión, su decepción. 
 
-Si, volvamos, es lo que hay que hacer. Pero este tiempo será solo una tregua. Sabes que tengo que hacerlo ¿verdad?

El solo sonrió, dándome calma. Haciendo que todos esos pájaros se fueran, dejándonos ver lo que Senda Oscura había sentido… Una noche casi sin estrellas, una noche apagada, una noche triste. 
Pero a su lado tumbados con la cabeza fuera de carrera y sin hablar de lo sucedido la sentí perfecta. 
 
Él lo hizo un sueño. 
 
El Salugral estaba devastado, algunos de los nuestros hacían por limpiar y arreglarlo de nuevo. Sus caras de asombro al vernos fueron casi más dolorosas. Pero no hubo tiempo para explicaciones, un aullido junto con un impulso, el más fuerte que había sentido hasta ahora me hizo retirarme sin cruzar palabra con nadie. 
Mi maestro me reclamaba, había cosas que aprender, comprender y estudiar.

Senda Oscura y Réquiem tenían razón. Vitaly, no, Aullido Severo es duro y sus métodos de enseñanza no son los mejores, pero no más allá de lo que hubiera visto en otras familias de gitanos de mi campamento. ¿Tan mala alumna era? ¿Siempre tiene que hablar así?

Entonces recordé a aquella anciana, con su cara llena de arrugas y los ojos tan iguales a los suyos… 


 
"...Todos los hombres creen que mandan, y hay que dejar que lo crean, pero no deben olvidar que siempre necesitarán una mujer, hasta para nacer es así. Nosotras somos más fuertes y más sabías, hechas al dolor…"

 

No lo había entendido hasta ahora porque tampoco eran para mí esas palabras, aunque ahora creo que sí lo eran también. Dejé que Aullido Severo me enseñara, me humillara, incluso algún golpe me dio. Pero jamás dejé de recordarle de dónde viene y qué somos. 


Durante todo este tiempo ha sido así y puede que lo sea durante más tiempo aún. Y sí, yo cambiaré, seré mejor que él incluso si el destino lo desea. Pero nunca olvidaré de dónde vengo, qué soy y que la tradición debe ser respetada, pues esta nos hace fuertes. 

 
Es una pesadilla. 
Es un sueño. 
No, es la realidad. 
 

Realizado por: Celia

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