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El coche de la Guardia Civil estaba medio salido en la cuneta, con una colisión por la parte de atrás y empotrado en una gran piedra fuera de la carretera por la parte delantera. En aquella carretera secundaria no solía haber mucho tráfico, y menos coches de autoridades competentes. Nunca pasa nadie por aquí pero dentro de ese coche aún queda vida. Dentro alguien parece removerse. El piloto y copiloto aún están dentro recuperándose por el impacto del vehículo y comprobando que aún están vivos.

 

Se aproximan dos personas al vehículo andando tranquilamente. Una chica de pelo rubio platino, silba con cara de diversión. Va vestida con un mono totalmente negro y ceñido al cuerpo, pistoleras en la cintura y en el muslo derecho, además de un chaleco antibalas. El que la acompaña es un hombre bastante ancho de hombros, porte atlética, pero no se ve absolutamente nada de él. Va vestido totalmente de negro y la cara tapada por una máscara de gas y un casco kevlar de protección. Porta por delante del cuerpo una escopeta y numerosas armas y equipamiento en cinturón y chaleco. 

  

 

Unos minutos después, se encontraba frente a la puerta cerrada del único despacho cuya ventana estaba iluminada desde fuera. En la distancia había observado la silueta de aquel hombre. Había comprobado los horarios, las excepciones de cuadrantes, los turnos de seguridad, las bajas recientes por enfermedad, maternidad o cualquier otro tipo de eventualidad. Su trabajo había sido impecable en ese sentido. Y el de sus contactos también, como atestiguaba la cámara que le observaba muda, sin ningún signo de vida, ni luces rojas parpadeantes, ni sonido inquietante al girar sobre sí misma para cubrir todos los ángulos. Cualquier tipo de guardián protector que tuviese aquel hombre, estaba mirando a otro lado, o durmiendo…

  

 

Han pasado dos años desde el Día Cero. La vida está volviendo a su raíl, ajeno a todo lo que había ocurrido o estaba por suceder.

 

El viejo orfanato fue remodelado. Ahora limpio de corrupción y vació de perturbaciones que no pueden descansar, están creando un nuevo lugar para aquellos huérfanos sin hogar que necesiten ser acogidos. No hay muchos en España, pero es una práctica que si es necesaria se debe retomar.

  

 

Habían pasado varios días y Lora había vuelto a aquel triste lugar. No era la primera vez que visitaba ese asilo. Le disgustaba ver allí a aquel hombre, entre tantas personas mayores. Algunas gritaban de vez en cuando llevadas por la demencia, otras simplemente miraban tristes al suelo esperando un final mejor que estar allí mientras el incesante tiempo hacía estragos en sus cuerpos.

 

Este era uno de los finales para los seres humanos que llegaban a su mayoría de edad. Solos, sintiéndose abandonados en un lugar con desconocidos, con muchos problemas sin solución. Un lugar en el que la muerte era algo deseado. Un sitio donde te agarrabas a tu fe para que no se olvidaran de ti.

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