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No ha habido Suerte hoy Tampoco, Mi Señora

  

 

Unos minutos después, se encontraba frente a la puerta cerrada del único despacho cuya ventana estaba iluminada desde fuera. En la distancia había observado la silueta de aquel hombre. Había comprobado los horarios, las excepciones de cuadrantes, los turnos de seguridad, las bajas recientes por enfermedad, maternidad o cualquier otro tipo de eventualidad. Su trabajo había sido impecable en ese sentido. Y el de sus contactos también, como atestiguaba la cámara que le observaba muda, sin ningún signo de vida, ni luces rojas parpadeantes, ni sonido inquietante al girar sobre sí misma para cubrir todos los ángulos. Cualquier tipo de guardián protector que tuviese aquel hombre, estaba mirando a otro lado, o durmiendo…

 

Antes de abrir la puerta sin hacer ruido alguno, para deslizarse en el interior, se atusó el cuello de la camisa, negro como la cara oculta de Selene. Se aseguró de que sus zapatos estuviesen inmaculados, de que no hubiese un solo cabello fuera de lugar. Con deliberada lentitud desabrochó una de las mangas de la camisa, revelando un tatuaje que rara vez dejaba que otros contemplasen. Eran trazos irregulares, curvos, que representaban las garras y pico de un cuervo. Tenía una única nota de color, rojo, que representaba la sangre de su linaje. El cuervo probaba la sangre. Y juzgaba.

 

Al acceder al despacho, por una rendija de la puerta que nadie habría apostado que pudiese dejarle pasar, rápidamente se hizo a un lado, buscando las sombras que arrojaba la única luz de la estancia. Pese a no haber hecho ruido alguno, contaba con que la luz del pasillo, blanca, radiante, corporativa, dibujase una línea rectas obre el suelo del despacho. Ahora entraba en escena la que consideraba su mayor virtud. La paciencia. 

 

Una hora y trece minutos tardó el señor del lugar en levantar la mirada de su escritorio, observar esa línea de luz proveniente del pasillo y fruncir el ceño. Se levantó farfullando algún tipo de exabrupto, y con pasos firmes, agresivos, cubrió la distancia hasta la puerta. Con un gesto brusco se aseguró de que quedaba cerrada, aunque la siguiente maldición que iba a salir de sus labios, se vio abruptamente interrumpida.

Del brazo de Vitaly Konietzko, Aullido Severo, Philodox de los Señores de la Sombra, alfa de la manada de la Cara Oculta de Selene, juez del destino y asesino a sueldo, surgió un borrón. El tatuaje parecía moverse como si adquiriese sustancia, consistencia. Y la terrible daga se materializó en su mano. El filo de la misma fue lo que interrumpió lo que fuese a decir aquel hombre tras cerrar la puerta de su despacho.

-Si - susurró simplemente a su espalda –Sé exactamente qué estás pensando ahora mismo. También sé que no eres un crío inexperto, de manera que seamos civilizados, ¿quieres?

 

Su mano libre retiró el arma de fuego que aquel hombre llevaba siempre encima, en una cartuchera bajo el sobaco izquierdo, mientras mantenía firme la daga justo bajo su yugular. En defensa del objetivo, Vitaly debía admitir que tan sólo tragó saliva al ser consciente de su situación.

-Mi maestro… una persona que no conoces, ni conocerás jamás, pero sabia como pocos- continuó susurrándole, como si fuesen viejos amigos tomando un café –tenía un sistema de evaluación… o de valores… o como quieras llamarlo, bastante particular. Afirmaba que todos somos asesinos.

 

En ese momento su víctima intentó forcejear, por inercia, por instinto, aun cuando sabía que difícilmente podría superar el agarre. La palabra ‘asesino’ siempre provoca algún tipo de reacción. Indica inexorablemente que algo desagradable va a ocurrir. Al menos para aquel que la escucha, a unos centímetros de su oreja, sin poder ver siquiera a quien la pronuncia. El maestro de Aullido Severo también era un gran fan de la teatralidad.

-Todos podemos matar- prosiguió tras el breve arrebato infructuoso –La cuestión es cuál es nuestro grado de habilidad para ello. Tú perteneces a la categoría más baja. El teléfono. Lo levantas, marcas un número, si es que no lo han marcado ya por ti, y emites lo que consideras una sentencia. En algún momento posterior, alguien muere, y tú te sientes como el amo y señor de la jungla. O no, quizás lamentas profunda y sinceramente tener que recurrir a estas cosas… A mi me da igual, si te soy sincero.

 

El ejecutivo intenta en ese momento revolverse, sin hacer movimientos bruscos, quiere mirar hacia atrás, de manera irracional. Necesita saber quién es la persona que sostiene un arma contra su cuello. Incluso si eso significa, como es el caso, que el leve movimiento le haga un corte y derrame una solitaria gota de sangre sobre el filo.

-Tsk, tsk… no hagas eso. Te harás daño. Y pese a todo, yo te prometo que no te haré sufrir a menos que me obligues- unos segundos después, todo vuelve a la calma. El tipo ha entendido que si existiese alguna opción de salir con vida, tendrá que escuchar lo que su agresor tiene que decir –Como decía… tú eres el teléfono. Si ascendemos un poco en la jerarquía de asesinos, encontramos el arma a distancia. Mi maestro lo llamaba la ballesta, quizás apegado a costumbres un tanto caducas hoy día… pero podemos establecer un símil razonable con las armas de fuego. Rifles, pistolas, incluso escopetas… muy ruidosas e imprevisibles.

 

Teniendo bajo control al objetivo, y con la daga afianzada en su cuello, Vitaly se permite bajar su mano libre al bolsillo. Con deliberada parsimonia saca un cigarrillo, y en mechero, posteriormente. Se enciende el cigarrillo con una primera aspiración larga, profunda, que desemboca en una pequeña nube de humo.

-No te preocupes, tú no puedes apreciar todos los matices… pero el pestazo del tabaco es menos molesto que el olor a desesperación que tu cuerpo exuda en este momento. No es una sensación con la que quiera irme a dormir cuando acabemos aquí.

-Mira… no sé quién eres. No te he visto la cara, ni tengo por qué verla… podemos hablarlo y…- por fin reacciona e intenta utilizar la única defensa que le queda, negociar.

-No. No hagas eso. Te pondrás en ridículo, y tú ya sabes cómo termina todo esto… Además me has interrumpido. ¿Por dónde iba?... Ah sí… tras las armas a distancia, si seguimos ascendiendo, está la cúspide. El arma blanca- una leve presión para dar énfasis a sus palabras, hace que otra tímida gota de sangre corra cuello abajo, manchando el cuello blanco de la camisa de aquel hombre –No entraré en detalles, ni quiero caer en la auto complacencia… pero el asesino que puede llegar a esta distancia, y utilizar un arma blanca… Bueno, es un maestro en lo suyo, jeje… Pero no te asustes demasiado. Lo que presiona tu cuello no es un arma realmente. ¿Sabes? En su interior vive mi tátara-tátara-tátara abuelo… Puede que haya un par de ‘tátaras’ más. Cuando prueba la sangre de alguien, me susurra si pertenece al linaje de mi familia… 

 

En ese momento, gira la cabeza, en un gesto curioso, llamativo. Como los pájaros cuando algo les llama la atención o les descoloca. Durante unos segundos parece hacer más frío en la estancia. El humo del cigarrillo se eleva y se deforma en volutas aleatorias, rodeándoles con lentitud.

-Por cierto… malas noticias. Dice que no te conoce. Es lo único, por inverosímil y remoto que pudiera ser, que podría alterar el desenlace de esta agradable velada.

 

Un par de horas después, con el amanecer próximo en el horizonte, Vitaly mira desde un banquito, en un parque cercano, hacia la silueta que aún se adivina, de Selene.

-No ha habido suerte hoy tampoco, mi señora… Habrá que seguir buscando…

 

Entre los documentos que ha encontrado en el despacho, se habla de las investigaciones de la familia Andrei. Se habla de la búsqueda de linajes especiales, de niños con circunstancias “raras”. Pero nada relevante. Nada nuevo. Ningún contacto en años anteriores. Vitaly olía que había algo turbio allí. Alguien tuvo que susurrar al primer Andrei que fuese más allá de lo razonable. Alguien tuvo que incitarle a ceder a su ego, a su miedo al fracaso, para forzar resultados positivos. Wyrm tuvo que darle esa opción a hacer las cosas mal, de un modo u otro, mediante engendros innombrables, o mediante algo material y mundano. Ya fuese una perdición o el poder de una subsidiaria como Entec, Vitaly se resistía a aceptar que un Señor de la Sombra pudiese haber caído en la corrupción sin un poderoso estímulo externo. Habría que seguir buscando…

 

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