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Este trabajo está mal pagado de narices, pero ¿esto? Esto no tiene nombre… Vanesa y yo paramos el coche en la cuneta. Me cago en la puta, todavía maldigo el día en el que se me ocurrió…

Avancé por el arcén para descubrir lo que quedaba de aquel pobre animal destripado al lado de la carretera. Toda la hierba de alrededor estaba salpicada de sangre, arrancada, incluso la tierra movida. ¿Una oveja? Dios, he visto atrocidades a lo largo de mi puñetera carrera, pero ese puto bicho comido me inspiraba mucho asco. Le habían comido todas las entrañas y gran parte de carne, sobre todo del lomo y el abdomen.

Vanesa me miró con cara de indiferencia, para ella era simplemente un bicho de granja comido y perdido de la mano de Dios. Se limitó a decir “¿Perros? ¿Varios?”. Yo sabía lo que había. Saque mi reglamentaria y la linterna e intentaba encontrar un rastro. A mi compañera no la hizo falta mediarla palabra para que desenfundara su arma y me apoyara desde cerca.

 

¿Cómo reaccionarías si te dieras cuenta de que toda tu vida has estado viviendo una mentira? ¿Cómo conseguirías levantarte por las mañanas sabiendo que hay algo mucho más importante en este mundo que el dinero, la felicidad o el amor?

Así llevo sintiéndome yo en la última semana. No ha sido nada fácil para mí, pero con algo de ayuda he decidido enfrentarme de nuevo a la vida con este nuevo y verdadero punto de vista.

Muy poca gente me creería si le dijera que vive bajo varios velos de esclavitud. Hay mucha gente que cree que el poder lo ostenta la clase política, o las corporaciones y mercados que influyen sobre ella, o es probable que crean que la banca que mueve y genera el dinero ostenta dicho poder, o quizá alguna de esas órdenes secretas que hacen y deshacen a su antojo y provocan las grandes crisis. Si has llegado hasta este punto, es probable que seas tachado de cospiranoico. Pero el verdadero poder no reside ahí.


Estimadas Autoridades:

Entenderé que me llamen conspiranoico, loco o cualquier otra lindeza, pero debo contar lo sucedido...

Íbamos conduciendo desde Sevilla hacia Mérida la noche del domingo 17 de Enero y nos encontramos con algo muy extraño. Un convoy militar que iba asegurando un camión de mercancías a baja velocidad. Nos dieron paso de forma urgente y conté como unos 10 vehículos militares y 1 helicóptero.

Hasta aquí, todo medio normal... Medio. Pero no me parecía tan normal el tambaleo del camión y como los soldados se movian rapidamente a reforzarlo. El camión parecía que iba a tumbar de cualquiera de las embestidas de lo que fuera que había en su interior. No puedo olvidarme del contenedor negro balanceándose como un péndulo, y un destello que se coló por las rendijas de las puertas del contenedor. Después de esto, silencio y tranquilidad. Todo pasó muy rapido, los adelantabamos a unos 20 por hora y no nos dio tiempo a ver mucho más.

 

Como muchos domingos por la tarde, volvía a Salamanca para continuar mis estudios. Esta vez llevaba conmigo la apatía típica tras haber pasado todas las navidades con amigos y familiares, y con el agobio de saber que los exámenes acechan a la vuelta de la esquina.

Tras dejar la maleta en el maletero, enseño el código al conductor y me dispongo a ocupar mi sitio. Me toca pasillo en la zona de mitad del autobús… no quedaban muchos sitios libres más cuando compré el billete. Coloco la mochila sobre mi cabeza y me pongo los cascos con un recopilatorio que me hice pocas horas antes de salir de casa, sonando “Shine brigth like a diamond”. Cierro los ojos y me evado de todo lo que me rodea. Lentamente van desapareciendo el hombre trajeado y estresado de la segunda fila, la pareja joven y acaramelada de la cuarta fila, el chaval moreno y risueño de la penúltima fila, la pelirroja y su amiga situadas par de filas por detrás de mi asiento… todo desaparece hasta que voy por la mitad de la siguiente canción, “Nothing else matters”, siento una mano en el hombro. Parece que ha llegado mi compañero de viaje: pelo teñido y corto, no muy corpulento y en buena forma física. Creo que me dice que quiere pasar, pero hasta que no paro la música no le escucho con claridad. Coloca su mochila sobre mi cabeza y se sacude el agua de su abrigo… al parecer ha empezado a llover. Me aparto lo suficiente como para que pueda pasar y se acomode en su sitio junto a la ventana.

 

A veces, nos sumimos en un pozo de oscuridad y tinieblas. No vemos la salida y nos sumimos en la desesperación y la tristeza. Tal son estos sentimientos, que llegados a un punto que nublan nuestro ser y razonamiento. Comenzamos a creer que no existe una salida.

Sabemos a ciencia cierta que innumerables peligros nos pueden acechar desde la oscuridad. ¿Cuáles saber si son reales y cuáles no? ¿Nos han enseñado correctamente a diferenciarlos? ¿Tenemos un conocimiento real de en qué consiste nuestra existencia y que esconde detrás de sus secretos? Es algo que ni el más sabio puede estar seguro de que ocurre realmente.

Lo primero es negar que está pasando todo lo que acontece. Todo es quizás fruto de un sueño, una broma o alguna sustancia que nos haya elevado a ese estado. Pero no. El choque con la realidad es tan duro que integra totalmente nuestra situación con ella, quedando absorbidos por su totalidad. Ya no lo negamos, pero comenzamos a pensar y cavilar sin uso de la razón.

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