Menú Principal

 

 

El pantano duerme bajo la quietud de una noche tranquila, sin nubes ni viento. Víbora piensa, con una sonrisa, en qué pensarían los antiguos celtas si supiesen que tan sólo ha tenido que pedir a Airón un pequeño favor para asegurarse de ello. Al fin y al cabo de eso iba todo, ¿no es así? Imponer tu voluntad a la Realidad que te resulta ajena. Necesitaba la noche en calma. También necesitaba luna llena… Para ello había tenido que esperar pacientemente, una pequeña concesión a ciertas costumbres. Lo cierto es que la luz plateada se derramaba sobre la espesura pantanosa, dándole un aspecto fantasmal.

Cargaba con dos cuerpos, sobre el hombro izquierdo, sin esfuerzo alguno. Su cuerpo respondía a sus deseos con la misma naturalidad que las nubes se habían marchado al imponer Airón su voluntad. Otros habrían visto un prodigio en ello, él tan sólo necesitaba más fuerza para no verse impedido mientras trasladaba los cuerpos… Bueno, personas, ya que seguían respirando.

Su mano derecha hace un leve gesto, acariciando la corteza de un tronco inclinado. Parte de la corteza se ha podrido, pero en su interior late la vida con fuerza. La siente. La disfruta. Y la controla… Raíces, enredaderas, ramas y cualquier otro tipo de vegetación se mueven, dotados de repente de la capacidad para reptar y convertir lo que no era sino un lodazal, en un agradable claro iluminado por la luna. Aquellas cosas siempre llamaban la atención de los animales. Reptiles, insectos, ranas y sapos… y algún que otro animal que no existía un par de meses atrás, acunan sus pasos con sus sonidos típicos.

Puede sentir el nerviosismo en las personas que carga a cuestas. No, eso es un eufemismo. Siente el terror que invade sus mentes. Cada minuto que transcurre es menos probable que sea una pesadilla y vayan a despertar cubiertos de sudor en sus camas. Les deposita en el suelo, sin mucho miramiento, sus cuerpos sedados e inmóviles por obra de las toxinas que les ha introducido en el torrente sanguíneo. No entiende tanto miedo en ellos… el efecto, más allá de la parálisis, es placentero, como cualquier otra droga, pero sin efectos adversos.

 

 

Habían ganado esa pequeña batalla y ahora era tiempo de esconderse. Airón lo sabía. Tenía muy claro que su supervivencia dependía de meterse en el agujero más oscuro que pudiese encontrar y no salir de allí hasta que las cosas se calmasen un poco. Si, estaba segura de ello y aun así...

La verbena caminaba de un lado a otro en una pequeña cueva que había encontrado no muy lejos de su cobertizo. Había suavizado el ritmo de su corazón, había hecho que su respiración fuese más pausada, había destensado los músculos de todo su cuerpo pero, por más que lo intentaba, no podía callar sus pensamientos. Estaba inquieta. Había algo dentro de su cabeza que le instaba a salir, una urgencia extraña que nunca había sentido antes, una especie de instinto que poco tenía que ver con sobrevivir. Era desesperante, como si algo le estuviese pinchando constantemente pero no pudiese pararlo ni deshacerse del dolor. Se había obligado a si misma a dormir para acallar esa sensación en múltiples ocasiones durante los días que precedieron al asalto a las instalaciones de la tecnocracia, pero incluso en sus sueños escuchaba ese susurro, difuso y extraño e, ineludiblemente, sentía el impulso de acudir a la llamada.

A Airón nunca le había gustado como las luces de la ciudad convertían la noche en un día artificial y, por más veces que se adentrase entre esas calles, siempre se sentía como una completa intrusa. Ocultaba su cara con ropa y juegos de sombras y trataba de pasar desapercibida por todos los medios posibles.

Sabía que lo que estaba haciendo era una locura, casi, casi un suicidio. La tecnocracia debía de estar buscándola en ese mismo momento para destruirla... o para hacer mas copias de ella. O para usarla. O quien sabía para qué. Y con todo, ahí estaba Airón, obsesionada con una idea que se había metido dentro de ella y de la que no conseguía liberarse. ¿Y si todo era una trampa? ¿Y si iba directa a caer en las manos de su enemigo? “Da la vuelta, vuelve a casa” le gritaban sus vísceras, pero sus pies seguían avanzando sin escucharlas. Algo dentro se lo impedía. Quería seguir. Necesitaba ir, aunque no sabía exactamente a donde.

 

Airón respiró profundamente, concentrada en esa única acción durante unos segundos y después salió de su cobertizo. A su alrededor, el sol empezaba a arrojar los destellos naranjas que anunciaban un atardecer inminente y, en el bosque con el que limitaba su hogar, la vida bullía aprovechando esas últimas horas de luz. 

 

La niña llevaba su cuchillo en la mano pero, por lo demás iba completamente desnuda. Su piel estaba decorada con toscos dibujos hechos con sangre y barro, que enmarcaban aquellas zonas de su cuerpo infectadas con las mismas escamas que se veían en su rostro. Durante toda su vida había deseado deshacerse de esas protuberancias, de lo que ella siempre había considerado como una maldición. Se las había intentado arrancar, había tratado de revertirlas con magia y, ante su incapacidad, las había tapado tanto como había podido con pieles o ropa. Ahora estaban al descubierto. Ahora significaban otra cosa. La Vida con mayúsculas, la fuerza primordial de todo lo que existe, fluía dentro de ella como un torrente de creación y destrucción eternas e imparables y se manifestaba en su cuerpo a través de esas escamas. Sentía orgullo por ello. Y miedo, también mucho miedo. Un terror descomunal ante un concepto tan vasto que aún no era capaz de entender en su totalidad como era el de la Vida. Sabía que ese era el principio y el fin, pero había tanto en medio que aún no lograba descifrar… Y, al menos una parte de esa verdad universal, crecía dentro de ella, se desbordaba de su piel incluso, en su inmensidad incontenible. De no haber tenido un control absoluto sobre cada célula de su cuerpo en ese momento, un escalofrío le habría recorrido la espalda ante ese pensamiento. 

 

Por fin había terminado. Casi sin bajas. Un “casi“ muy doloroso. Incluso sabiendo lo que sabía, con todo su conocimiento sobre lo que significa realmente la palabra Realidad, aquello era abrumador. Iba más allá del mero dominio mental, algo que sabía que existía, pero nunca había llegado a comprender, no digamos dominar. La Mente no era sino un subproducto de la Vida. Una reacción a los procesos químicos que se daban en cualquier organismo. Igual que el aliento que otros podían confundir con el alma, no era sino un efecto de los pulmones funcionando. Sea como fuere, incluso dando un salto de fé, asumiendo que entendía cómo funcionaba plenamente… lo que la Tecnocracia había conseguido allí dentro…

 

Tan real. Tan correcto. Tan adecuado. Implicaba conocer muy bien a todos y cada uno de los que estaban siendo manipulados en aquella especie de proyección virtual. Al colarse en aquel lugar para acceder a lo que fuese que mantenía presos a los otros magos, no imaginaba que estaría totalmente privado de acción, de intención o voluntad siquiera de actuar. Su propia Vida se mostraba ante él, así como ocurría con el resto. No podía juzgarles, si los hombres grises habían penetrado en sus seres tan profundamente como en el suyo propio. 

 

Es evidente que no era perfecto. Seguirían allí si así hubiese sido. Pero no lo era, y la burbuja de perfección y felicidad se rompió, dando a luz a algo monstruoso y deforme. Una realidad en la que nadie creía… nadie quería creer. Arriba es abajo, la sangre no es el sustento de toda vida, los patrones se mezclan libremente, sin orden ni concierto. La única forma de estabilizar aquello era controlar todos y cada uno de los aspectos de la Realidad. La Víbora dudaba mucho que aquello fuese lo que pretendían los tecnos.

 

 

La mañana era fría y gris, una brisa fría corría meciendo los árboles con un lento susurro mientras caía una tenue llovizna. Los tacones repiqueteaba contra el suelo de piedra del cementerio mientras Lidia pasaba junto a los nichos sin mirarlos. Ahora sabía que los espíritus de los muertos se podían quedar mucho tiempo después de haberse ido así que era mejor no llamar su atención. Por un momento se preguntó qué vería Hombre Muerto en un lugar como este. Quizás los espíritus no estaba allí sino en los sitios donde murieron o atados a los vivos que habían amado cuando estaban vivos . Una sonrisa triste se le dibujó en los labios.

 

Se sintió muy sola.

 

Leovilgildo se había marchado para siempre, la principal razón de su existencia había desaparecido en una noche dejando un enorme hueco de vacío e inutilidad. Aquella noche había dicho que quería poder para poder proteger a sus seres queridos. El destino irónico le había concedido el poder pero ya no le quedaba a nadie a quien proteger.

 

Página 3 de 4

Contacto

Cualquier tipo de contacto que quieras realizar con la asociación envía un correo a: admin@revcc.es

Indicad en el asunto la ambientación o duda.

Información Adicional