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Tres Hermanas Éramos…

 

 

Helios empieza a descender en el cielo del Salugral, mientras María clava el bastón con decisión y jadea con fuerza al subir la ladera. 

- Más te vale que arriba haya un sitio donde sentarme, más te vale. – resopla al cielo, mientras se arrebuja el chal con fuerza. Nota como la humedad se le cala en los huesos, y en un gesto inconsciente de tantas veces hecho, la otra mano va al colgante de su pecho. – Vamos Mari, este camino no va a poder contigo. 

 

María no tarda en sonreír para sí misma, en lo alto de la ladera reina un viejo olivo, como no podía ser de otra manera, y bajo este hay una roca que hasta parece cómoda.

- Bien, bien, así me gusta. Gracias, gracias. 

 

Retira con un gesto las hojas y piedrecillas sobre la roca, pone uno de sus pañuelos bordados encima y se sienta en su improvisada silla para recupera fuerzas. Cada vez le costaba más, y, aun así, seguía valiendo la pena cada viaje, cada paso.

- Has elegido un buen lugar para asentarte mi buen olivo, que vistas más hermosas. - Dice levantando la cabeza hacia el árbol.  Una ligera brisa se cuela entre sus ramas y María escucha a las hojas del olivo moverse en tonos verdes oscuro y plateados. Sonríe bajo esa sombra en la que se ha refugiado tantas veces a lo largo de los años y siente como las nieblas de la memoria tiran de ella hacia un pasado muy lejano: Una en la que tres niñas corrían por los campos después de laborar, mientras jugaban, bailaban, cantaban y reían, dentro de su propio mundo.

 

La anciana aún recuerda el rostro y la risa de su hermana mayor, Faustina.  

 

Sí, Fausta siempre las protegió, como no podía ser de otra forma. Era además la que siempre las aconsejaba, y la primera en apoyarlas. Recuerda a Faustina secándole las lágrimas y estando a su lado, diciéndole que todo iba a ir bien, cuando de pequeña se despertaba por la noche de sus pesadillas. Se ríe al recordar el don de Fausta para arruinar los guisos, y como se reían las tres cada vez que lo intentaba de nuevo. Entonces Isa y ella misma se daban prisa en arreglar lo que quedaba del potaje antes de que su madre se enterase del estropicio mientras las mejillas de Faustina se iban poniendo rojas como las manzanas en otoño. 

 

Cuan distinto era su rostro sobre la pira funeraria. 

 

Decían de Faustina del Fierro de los Lobos del Valle que ella era muy honorable, muy sabia y muy gloriosa.  ¿Pero de que servía todo eso? Se preguntaba María. Su hermana murió demasiado joven, demasiado joven… Recuerda abrazarse con fuerza a Isa ese funesto día, sentir como una parte de ella misma ardía tambien en la pira. Isa la intentó consolar diciéndole que su hermana velaría siempre por ellas, que Fausta estaba y estaría siempre a su lado, pero para Isa era más fácil de llevar, ella podía sentirla de una manera que ella jamás podría. 

 

Quizás lo peor para María fue que a lo largo de su vida, cuando otros Garou venían a visitarla para mostrarle sus respetos a Fausta, se referían siempre a ella y la recordaban como Odio de Selene, y María solo podía pensar que qué equivocados estaban, porque su hermana mayor no era odio, si no amor, un amor infinito hacia la vida. 

 

Así que cuando el día anterior, el joven Voz de Garn le contó cómo le habían salvado en la guerra alguien con el nombre de Odio de Selene, sintió como la sangre le hervía por primera vez en décadas. ¿Cómo podían los espíritus darle el nombre de su hermana a otro? Un nombre que había llegado a odiar porque en nada se parecía a quien era su hermana, y sin embargo era el suyo. Si le daban su nombre espiritual a otro lobo, ¿cómo luego se recordaría a Fausta? ¿Quién contaría sus historias? No, algo tenía que estar mal.  Tenía que ser un error. Su hermana murió hacía mucho, muchísimos años antes de que incluso el chico naciera. Era imposible que pudiera ser ella, simplemente no podía ser...

 

María observa sentada como en el cielo, como tantas veces a lo largo de sus múltiples años, a Helios despedirse de ella para dar paso a Selene, a quien saluda como una vieja amiga. Se fija de nuevo en el paisaje, y ve a un lado el que será el campo de batalla. Y al otro, tras girar su rostro, el lago del Salugral que se refleja dorado con los últimos rayos del día. El lago…

 

Agarra con fuerza el medallón mientras cierra los ojos para volver allí, al reflejo onírico del lago del Sol y la Luna. Recordando el instante en que ve a esa figura, a la que por un segundo confunde con Isa, porque de alguna manera siempre mantuvo la esperanza de que siguiera viva en la umbra. Pero no se trataba de ella. Cuando la imagen se hizo más nítida vio a Fausta. Después de más de setenta años, su hermana volvía a abrazarla de nuevo. Y fue como respirar de verdad después de tantísimos años. Sentir que una parte de ella volvía a estar completa, como si desde la muerte de Faustina hubiera vivido tan solo con un único pulmón.

 

Un milagro de Gaia, alabada sea ella, y sin duda alguna, un milagro para el que no tenía suficientes palabras de agradecimiento. María se levanta con algo de dificultad de la roca, las lágrimas vuelven a su rostro con solo recordarlo. 

- Dime Gran Madre… ¿acaso esta noche me bendeciréis de nuevo con el reencuentro de mi hermana?

 

Se limpia el rostro y no puede sino tocarse la cicatriz y recordar el día en que la obtuvo. El día en que empezaron a llamarla Ojo de Selene… Y como no puede ser de otra manera se acuerda de Isabel, su otra hermana, apenas un año mayor que ella.

 

Isa tenía una voz preciosa, aunque era muy callada. Le gustaba más observar que no hablar, aunque cuando la hacia el resto siempre la escuchaban. Siempre tenía un buen consejo, una guía o una palabra reconfortante. Pero recordar a Isabel era también recordar la dureza de las leyes del Pueblo, unas especialmente crueles si tu único pecado ha sido amar a quien no debías. 

 

Recuerda la noche sin luna en la que Isabel la despertó para contarle que estaba embarazada de un Metis, no le dio detalles sobre el padre, pero su voz tenía la tranquilidad y la seguridad de aquellos que saben que es solo cuestión de tiempo que llamen a tu puerta para darte el Paseíto. Había roto la letanía y casi con total seguridad, moriría al dar a luz al monstruo. 

 

Pero María no permitió que eso fuera así, asistió al parto de su propia hermana y por la Madre que la hizo sobrevivir. Luchó con todo su ser por mantenerla con vida, porque amaba a sus hermanas más que a nada en el mundo. Y lo consiguió, claro que lo consiguió. Salvó tanto a la madre como al hijo, aunque esa noche la persiguió en sus pesadillas durante muchos años y el coste fue alto en todos los sentidos. De hecho, aquel monstruo, que no dejaba de ser un pobre recién nacido, y su sobrino, se llevó algo más. Al nacer, una de sus pequeñas garras apenas rozó la cara de María, pero fue suficiente para dejarla ciega de un ojo de por vida, y una fea cicatriz como recordatorio de lo acontecido esa noche.

 

Pero esa victoria de poco le sirvió cuando los Philodox se hicieron eco de lo que los espíritus murmuraban. Apenas dejaron a Isa recuperarse del brutal parto que ya la expulsaban y mandaban a umbra como castigo. Lejos de ella, a un lugar donde María no podría seguirla jamás y del que jamás regresaría. Recuerda como le arrebataron también a su propio sobrino de las manos, él, que solo era una criatura que no había hecho nada más que nacer. Recuerda cómo prohibieron entre el pueblo Garou el pronunciar el nombre de Hebra de Selene, condenando al olvido a su hermana hasta su regreso. Recuerda como muchos años más tarde le hicieron un ritual fúnebre vacío, pues no había cuerpo que quemar. 

 

María sabía bien que pocas cosas hay peores que una tumba vacía, porque es una condena de por vida a tener siempre la duda o la esperanza de si esa persona seguía viva en algún lugar, de si logró escapar de su destino. Y a pesar de que han pasado muchos años, muchos más de los que suele sobrevivir un Garou de media, muchos años más de los que suele sobrevivir un humano de media, y aun sabiendo las historias sobre los peligros de la Umbra. Una parte de ella quiere creer que Isa seguía viva, aunque ya no pudiera alcanzarla.  

 

Es en estos momentos que el viento se levanta y el frio parece calarse incluso más en su cuerpo. El reencuentro con Faustina la pasada noche había abierto una parte de su interior que hacía mucho que mantenía cerrada, y sus recuerdos e historias se abrieron paso a los jóvenes que quisieron escucharla, como Alarico, como la joven Ekaterina a la que habló sobre sus hermanas y lo unidas que estaban y como ella en una sonrisa sin maldad, y sin ser consciente del daño que hacían sus palabras le respondió con un “Así que ahora solo queda usted”. 

 

Ojo de Selene observa a Selene en el cielo. Su voz sale sin pensarlo, con aquella canción que como una espina sangrante se clavó el día de la segunda pira. 

 

Tres hermanas éramos, y yo la menor. 

Tres hermanas éramos, unidas bajo el sol. 

Tres hermanas éramos, bailando junto la luna.

Tres hermanas éramos, honrando los viejos pactos. 

Tres hermanas éramos, aullándole al corazón.

Tres hermanas éramos, y ahora solo quedo yo. 

Y ahora solo… quedo yo.  

 

 

Sí… a partir de entonces solo quedaba ella

 

 

Desde donde se encuentra puede ver como empiezan a desplegarse el campo de batalla. Algunos la llamarían loca por haber subido sola allí, pero llegado a esa edad, poco importa lo que digan. Le preocupan más los niños. Todos esos niños que se han reunido en el Salugral. Apenas hace un par de días que los conoce y ya siente como si se tratase de toda una vida. Son tan jóvenes, tan inexpertos, tantas heridas cargan y sin embargo han tocado su alma de una manera que no esperaba. Una calidez como hacía tiempo que no sentía. 

- Gaia ayúdalos, escucha las palabras de esta vieja, te lo suplico. Dales fuerzas y no permitas que las peleas surjan entre ellos. No se han dado cuenta aún, pero tienen que conocerse, tienen que hablar entre ellos, tienen que estar unidos, si no morirán. Si no serán olvidados. Y yo no voy a poder recordar siempre sus nombres. No se cuanto más me queda. No puedo acordarme de todos, son demasiados nombres, demasiadas caras, demasiadas vidas. Gaia, ayúdame. Gaia, te lo imploro, no me arrebates de nuevo una familia. No sé si estoy preparada para sufrir eso de nuevo, para seguir viéndolos morir mientras yo sigo aquí…

 

Son muchos años, muchísimos, demasiados. Años llenos de recuerdos, años de lucha por mantener sus historias, sus palabras, sus nombres. Maria lucha por mantenerlas en sus recuerdos más que a nada. Así que les habla constantemente, porque sus hermanas son garou, y si son espíritus, ellas podrán escucharla, aunque Maria nunca pueda escuchar su respuesta.

- Hermanas si estáis ahí protegedles, ayudadles. Ahora que os siento tan cerca después de todos estos años, no me dejéis, os lo suplico. Gaia, Selene, os lo ruego. Protege a tu pueblo. Protege a tus hijos. Tres hermanas fuimos, tres hermanas volveremos a ser. 

 

Wyrm ha llegado al Salugral.

 

Abajo se llena de los sonidos de disparos, de gritos, de bombas e humo. Ojo de Selene ve en esta el reflejo de la guerra por la que lleva toda una vida sufriendo, luchando a su manera. La guerra por un mundo agónico, la guerra entre hermanos, la guerra en la que ha perdido a sus hijos, a sus hermanas, a su familia, a su pueblo. Y teme de nuevo por ellos. Esta noche el Sanlugral se llena de sangre… Esta noche la muerte está más presente que la vida. ¿Cuándo terminará ese dolor?  Cierra los ojos, y cuando los abre ya no reconoce el lugar. 

 

 

Ya no se encuentra bajo el olivo, ya no se encuentra en lo alto de la ladera. Sino en un lugar oscuro, húmedo, sus tripas se remueven por las náuseas. 

Delante suyo hay una figura entre las sombras… Madre.

- Hola María, te estaba esperando.

 

La voz de Madre es monstruosa, pero a la vez cálida de una manera antinatural, como si ambas voces sonaran al unísono, retumbando en la estancia y a la vez como una voz murmurante detrás de su oreja. 

- Yo lo he visto, porque Madre todo lo ve.  Dime María, ¿Cuántos de ellos te han preguntado por el origen de tu cicatriz? ¿Cuántos de ellos reaccionaron al decirles que fue un metis, tu propio sobrino quien lo hizo? ¿Cuántos de ellos te preguntaron por tus propios hijos? Lo sabes bien. No les importas Maria, ya nadie tiene tiempo para escuchar historias y cuentos. Los antiguos ritos se han olvidado o han perdido su significado. Tomarán todo de ti, y luego te dejarán atrás, como ya hizo él, porque formas parte del pasado y nadie quiere mirar ahí, solo olvidarlo.   

 

Seria mentirse a sí misma si dijera que las palabras de Madre no la afectaban.  Sí, tiene razón. Muchas veces ha sentido resentimiento hacia el Pueblo, y su guerra. ¿Cómo no hacerlo cuando ha vivido en sus carnes lo que están dispuestos a hacer para ganarla? ¿Cómo no hacerlo cuando han visto el precio que están dispuestos a pagar? Los jóvenes cachorros suelen ser los primeros en quejarse de la Gran Guerra por Gaia, porque son ellos quienes pelean, son ellos quienes mueren. Y por eso se notan que son jóvenes, porque no lo entienden. No entienden que cada una de sus muertes, y de sus heridas, son heridas tambien a los que quedan. Heridas que nunca llegan a sanar, pero aprendes a sobrellevar.  Tantos rostros, tantos nombres, tantas muertes… Y en los últimos años se dio cuenta que cada vez le cuesta más acordarse del rostro de su Juan… ¿Como no odiarles cuando se lo arrebataron todo? ¿Como podría guardarle rencor a Andrés por dejarla atrás, cuando ella misma quiso abandonarlo todo tantas veces? 

- Madre si conoce tu dolor María. -su voz se vuelve más cálida, como un abrazo. - Ven conmigo y yo si cuidaré de ti, solo te pido que hagas a cambio lo que mejor sabes hacer. Trae a mis hijos al mundo Maria. – sus palabras la envuelven sedosa y siente como unos zarcillos negros empiezan a rodearla. 

 

Seria fácil dejarse caer, dejarse abrazar por el dolor, el odio, todo el resentimiento…sería fácil, muy fácil. Y sin embargo… sin embargo si que hay quien se ha preocupado por ella, quien la ha escuchado y quien le ha pedido consejo. Han sonado las viejas canciones y su corazón se emocionó al ver la promesa de un nuevo amor. Hay quien aceptó su comida, y quien aceptó su abrazo. Hay quien escuchó su historia y quien prometió que no se olvidarían sus nombres. 

 

Y esos pensamientos la alejaban de Madre, porque ella si había visto a la Verdadera Madre: la veía cada vez que ayudaba a traer a un nuevo ser a este mundo, la veía en cada amanecer y en la belleza del mundo que la rodeaba. Y si… había sido después de mucho, pero Gaia le permitió volver a ver a su hermana de nuevo. Solo por eso ya le valía todos esos años de soledad. 

 

Así que coge aire, preguntándose si fue así como se sintió su padre ante los fusiles, y sonríe.  

- Si hiciera eso mis hermanas me darían una buena tunda. Así que rechazaré tu oferta, monstruo. - Lleva toda una vida sirviendo a Gaia, permitiendo que la Vida se haga paso. Porque su vida haya sido difícil no va a traer a quienes quieren destruirla, aunque eso implique que su muerte sea más violenta de lo que una vez auguró.

 

La voz monstruosa de Madre se ríe divertida, como si las palabras de María fueran las de una niña que no ha entendido la situación -Oh, ¿estas segura de eso? Pero si tus hermanas ya están aquí. 

 

Y con las últimas palabras del monstruo ve como a su lado empieza a manifestarse una figura. Una figura que reconoce al instante. Isabel parece un espíritu, de alguna manera sigue siendo ella. De hecho, su aspecto es prácticamente igual que cuanto partió, aunque no hay duda de que ha cambiado.  

 

María siente como sus manos tiemblan y a punto esta de caérsele el bastón que la sujeta. Su pie titubea hacia delante. 

- No, no puede ser… no, es posible… ¿Isabel? ¿De verdad eres tú?

- Si Mari, soy Isa… me alegra ver que te sigue acompañando el olivo, como él has vivido una larga vida. 

 

Es un truco solo podía ser un truco.

 

María duda, ¿cómo no hacerlo? Hace más de sesenta años que no la ve, no tiene sentido, pero hay cosas que no la tienen. Como que Faustina estuviera en Siria ayudando al joven Voz de Garn, como que hubiera vuelto a ver y hablar con hermana mayor la noche anterior. ¿Podría ser que realmente Isabel hubiera sobrevivido todos esos años? Si alguien podía era ella, siempre fue especial… Pero no, ¡no! Esto es un truco de Wyrm. Solo podía ser un truco. Y sin embargo… sin embargo quería creerlo. Llevaba toda una vida deseando creerlo. 

 

Porque lo peor de la muerte no es la muerte en sí, por muy dolorosa que haya sido, puede incluso que haya sido horrible. No… lo peor llega después, cuando uno llega a aceptarlo, cuando sabes que realmente ya no está allí y nunca volverá.  Y un día cuando menos te lo esperas ves algo que te recuerda a esa persona, quieres compartirlo con ella, y te golpea. 

 

Te golpea su ausencia. Y allí sí que duele. Porque sientes ese vacío que te ha dejado y te preguntas, casi suplicas, ¿Por qué no tuviste más tiempo con ellos?  Solo un poco más de tiempo… 

- Hermana por favor, - Isabel le hablaba con la misma voz y rostro que usó esa noche sin luna- No me dejes sola, te necesito…

 

Y con esas palabras María, deja de resistirse, porque ella lo ha dado todo y lo daría todo por sus hermanas. Porque las ama por encima de todo. 

- No hermana, tranquila. Esta vez no habrá quien nos separe, no te dejaré sola. Estaremos juntas hasta el final.  

 

Su cuerpo sin pensarlo avanza hacia ella y se funde en un abrazo, es real es real, piensa y se siente completa. 

- Lo siento Helios, me temo que, por primera vez, en todos estos años, no podré acudir a nuestra cita al amanecer.

 

 

 

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Decidles a aquellos que te importan que los quieres. 

 

Nunca sabes si será la última vez.

 

Realizado por: Nuria

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