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Lo Que La Oscuridad Esconde

 

Un día de diario cualquiera de esta semana, en la ciudad de Cáceres un equipo de cuatro personas baja a realizar una inspección. Dos operarios del ayuntamiento, García y Melquiades son los encargados de ir abriendo paso en los túneles de mantenimiento de las alcantarillas en la zona de Mejostilla. Los acompaña la Técnico de Laboratorio Villanueva y el Doctor en Entomología Benavente.

 

El coche cruza el barrio de Mejostilla escoltados por un coche de la Policía Local, territorio de los Víboras, ante la atenta mirada de sus habitantes. Es curioso ver por aquí un coche del ayuntamiento con seguridad, no debe haberles quedado mucha alternativa para recorrer estas calles. La cosa está últimamente revuelta y ha habido enfrentamientos entre las bandas. Los dos miembros de la Universidad de Madrid miran con horror las calles, deseando no tener que bajarse en ellas. Hoy es su día de suerte.

 

Salen a las afueras y allí otros dos operarios preparan su entrada. Una gran tapa de acceso de mantenimiento y una escalera de mano para bajar a las profundidades que conectan con la ciudad. Los operarios bromean con sus compañeros, para ellos esto es mera rutina. La pareja de policías decide dar algo de distancia para que todos puedan trabajar en paz y no molestar, tampoco muestran gran interés en el tema. Los investigadores susurran entre ellos mientras preparan su equipo.

 

El descenso es tranquilo y el chapoteo de sus botas en el líquido ponzoñoso mezclado al mal horror del residuo de la capital dice que esto no va a ser un trabajo limpio. Los operarios de la apertura quedan arriba y son García y Melquiades los que realizan bromas sobre el lugar, el olor y que tengan cuidado cuando las botas se clavan en el suelo como si fuera pegamento, para que no se tuerzan ningún tobillo. Lo que más resuena entre los túneles, aparte de sus risas es un “este trabajo no es para gente con gusto” y a veces el vomitar del Doctor Benavente.

 

Pero, ¿qué hacen aquí un Entomólogo, su Técnico y esta colaboración tan grata del ayuntamiento cuando se suelen negar para todo? Contactos hay obviamente, pero los investigadores no parecen reírse. Parecen más ansiosos. Muchas hipótesis sobres fases larvarias, metamorfosis y encontrar una nueva especie. Una oportunidad única al lado de casa sin tener que viajar de hacer un descubrimiento. Habladurías, informes, documentación… Están aquí para ver si hay algo de verdad en todas esas palabras escritas que investigaron hace semanas. Buscan algo, algún tipo de ser vivo nunca antes visto. Indicios que han circulado de un pequeño insecto atraído por los residuos nunca antes visto. Quizás haya migrado de África. Sino esto será una pérdida de fondos para la Universidad y quizás la de sus puestos. Pero un investigador o arriesga o nunca progresa.

 

Después de andar 10 minutos, solo se escucha una de las risas. De las dos linternas que alumbraban vagamente, ahora solo lo hace una más activa.

- ¿Ocurre algo? – Pregunta Villanueva.

- ¿Dónde está García? – Dice un Melquiades preocupado. – Vamos imbécil, déjate de bromas que esta gente tiene prisa. 

 

Pero no hay respuesta alguna.

 

 

Melquiades se excusa rápido, hay muchos túneles y es fácil perderse aquí. Coge su walkie y García no contesta. El ambiente comienza a tensarse.

- Mi compañero acabará apareciendo no se preocupen, continuemos – dice Melquiades. El tono de broma ha desaparecido, parece algo enfadado por que un veterano como su compañero se haya perdido, pero ya lo reprenderá luego.

 

A los pocos metros, Melquiades se queja de que una bolsa se le ha enrollado al pie. ¿Qué demonios hace eso aquí? El replica de que la gente es una cerda, tiran ya cualquier cosa por el retrete, pero la Técnico le pide que no se mueva, que pare de zarandearse. Con suma delicadeza se lo quita del pie con unas pinzas y lo estira. El Doctor Benavente se acerca y lo examina:

- Esto no es una bolsa… Es una muda.

- Un metro de largo… - Dice Villanueva midiendo y cogiendo notas rápidamente. – Más de lo esperado.

- No debería suponer un problema – Proclama rápido el Doctor Benavente.

- ¿No buscaban un bicho? Eso es cosa de lagartos, ¿no? – dice un Melquiades desde sus básicos conocimientos del instituto o los pocos documentales que haya visto en su vida.

- Hemos venido a hacer historia buen señor, esto va a ser un gran descubrimiento. – Sonríe el Doctor Benavente mientras ayuda a recoger la muestra en una bolsa.

- Pero no será peligroso, ¿no? Quizás... Quizás esto no sea una buena idea. - dice un Melquiades con un tono de preocupación. Sus compañeros quitan hierro a sus palabras diciéndole que no tiene de que preocuparse.

 

La travesía continua hasta que el grupo se vuelve a parar. Por su espalda algo se ha movido rápido de lado a lado en un cruce de túneles. El Doctor pronto lo anuncia emocionado y se mueve hacia allí. El grupo gira la esquina y el Doctor Benavente no está en el túnel. Desconcertados los dos que quedan se miran:

- ¡Sáquenos de aquí! – Dice autoritaria Villanueva a Melquiades el cual se queda congelado en el sitio mirando a la oscuridad.

 

Melquiades enfoca con miedo hacia el túnel para ver una figura horrible e indescriptible. Tiene rasgos de insecto como patas retráctiles, caparazón, pero también fauces como un depredador. La criatura apenas entra en el túnel de lo grande que es y se mueve acechando, lento. Su larga lengua empapada en saliva verde hace su aparición moviéndose de lado a lado en unas fauces con una gran hilera de dientes. ¿Qué demonios es eso?

 

La reacción es correr por parte de ambos. Villanueva resbala no estando acostumbrada a este terreno y Melquiades no mira atrás. Sigue corriendo para entrar en otra oscuridad. Villanueva mira con horror como su billete para salir de aquí huye sin tan siquiera mirar para atrás, pero grita aterrorizada cuando escucha el grito de dolor de Melquiades y ve como la poca agua emponzoñada que fluye en ese lugar, desciende despacio teñida del color de la sangre.

 

No puede quedarse aquí, tiene que moverse. Lo que haya aquí les está cazando. Se gira y algo le salta encima apresándola como un depredador. Es igual que la criatura de antes, pero de menor tamaño, una de sus patas es como una guadaña y se la ensarta en el hombro. Ella grita y pide auxilio entre el dolor y el sufrimiento de su herida, pero el objeto punzante no sale de su cuerpo. La criatura tira de ella con suma facilidad para arrastrarla.

 

El movimiento es rápido y Villanueva se remueve para liberarse mientras es arrastrada, pero no lo consigue. Por el camino, de la desesperación traga incluso agua emponzoñada luchando por su vida, pero la criatura se mueve de forma escurridiza y pronto comienza a ver más, rugiendo y jadeando a su alrededor. Asustada y casi rendida está rodeada de muchos en una gran bóveda donde la estampan contra la pared.

 

Herida e indefensa teme lo peor, no puede quitar la mirada de su horrible captor. Se da cuenta de que la pared está mullida, cubierta por una hiedra negra que acolcha el contacto con la piedra. Pero la hiedra tiene vida y comienza a amarrarla como si fuera una prisionera. La hiedra tensa abriendo sus brazos y sus piernas dejándola indefensa, estirando hasta casi el umbral del dolor. La criatura toma distancia una vez apresada y ella grita pidiendo ayuda. 

 

Hebras de la hiedra comienzan a entrar en su piel, en sus venas y Villanueva deja de sentir dolor. Su piel va tomando un color oscuro, algunos de sus huesos se quiebran de lo que está entrando en su cuerpo y algunos de sus sentidos empiezan a agudizarse. Pero ya no siente dolor. Mira a su alrededor y ve algo horrible. Los que bajaron con ella están apresados en el suelo de una manera distinta. A ellos no se les mete la hiedra en el cuerpo. A ellos se les acerca una de esas criaturas y se ponen encima de ellos por la parte de su abdomen. Un apéndice, como si fuera un gran tubo, entra en sus gargantas, hasta una zona profunda de su aparato digestivo y a través de la piel de la víctima se puede ver como varios bultos pasan al interior de su cuerpo. Los que están inconscientes tienen suerte, los que están vivos luchan por no ahogarse en el proceso y muestran gesto de dolor cuando esos bultos comienzan a moverse en su interior.

 

Finalmente, el estómago de la víctima eclosiona en un destartalado conjunto de gritos de dolor, lluvia de vísceras y baño de sangre hasta que queda sin vida. Varias crisálidas de criaturas nunca antes vistas, como si de larvas se trataran salen del interior del huésped. Así se reproducen. Los mayores cogen lo que quedan del cadáver y luchan por el fragmentándolo en pedazos en un conflicto de rabia y depredación por tener algo que comer.

 

Villanueva casi ha perdido la consciencia. No reconoce sus manos pues ahora tiene garras. No reconoce su cuerpo pues ahora es distingo, con rasgos de insecto y depredador. Pero en su mente se introduce un pensamiento instintivo de reproducirse y alimentarse. En su mente se mueve algo que la impulsa a moverse rápido y no hacer esperar a nada. En su mente se mueve el instinto de preservación, de multiplicación y de conquista. 

 

Villanueva ha dejado de existir y lo único que puede quedar de ella en su mente solo piensa en una cosa:

 

“Haz que nuestra Madre se muestre orgullosa de su Prole”

  

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