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Balzurg'Guul, Señor del Viento

 

El silencio era algo anatema para él. No se le ocurría ningún infierno peor. Incluso cuando estuvo en el infierno real, el sonido inundaba todo lo que le rodeaba. Lamentos, gritos, truenos, el crepitar de las llamas… Si, el crepitar de las llamas, como el del pequeño fuego que ardía a un lado de la pequeña estancia. No era más que un agujero en el seno de una montaña. Contra un extremo, una rudimentaria mesa de madera, repleta de pergaminos. Era una forma amable de describirlos. Algunos estaban escritos directamente en trozos de piel curtida. Otros eran simples papeles cuyo propósito original se había perdido ya hacía mucho. En el suelo, junto a esa mesa, los restos de la última comida, y un remedo de catre compuesto por su capa, raída y ajada, y algo de paja acumulada. 

 

Era feliz. Desde hacía algún tiempo además. Al crepitar de las llamas se sumaba el susurro seductor del viento, al colarse en la pequeña cueva. Ocasionalmente acudía el rumor de la lluvia, o el rugido de algún animal. Había noches buenas, con tormentas escandalosas, y a veces, un desplome de rocas. El único sonido que se alegraba de no escuchar en muchos años, era su propia voz. Casi siempre la había utilizado para convencer, de un modo u otro, a la gente. Convencerla de hacer cosas que no querían, incluso si era para su propio beneficio. Discípulos a los que enseñar. Adversarios a los que engañar. Simple gente a la que persuadir de no intentar buscarle mal…

 

Diablo y sus demoníacos hermanos habían caído. Muchos pensaban que para siempre, pero él recordaba las palabras de Lilith, la Madre Oscura. Diablo volverá, es inevitable… Y habrá que volver a aniquilarle. El infierno es más divertido sin demonios mayores… Nadie le había tentado nunca como aquella breve conversación. Y sin embargo se mantuvo firme. Su voz, una vez más, le sirvió para llegar a un trato beneficioso que no le atase a la condenación, o a una promesa que no quisiera cumplir. Lilith volvería, llegado el momento, no le cabía duda. Era el único ser que había conocido que fuese consciente de su verdadero poder. El sonido modulaba su voz. La hacía imperceptiblemente más nítida, más alta, alterada, sosegada, insidiosa, tentadora… Nadie nunca lo había notado, y eran presa fácil de sus argumentos. Incluso Mefisto. Pero no ella. La Madre Oscura lo notaba, le agradaba y se divertía con ello, sin hacer nada por evitarlo.

 

Las meditaciones de Balzurg’Guul rara vez eran interrumpidas. Era la vida libre que había elegido, llegando a la conclusión de que sólo sería posible apartándose del mundo. Pero había ocasiones en las que algún insensato acudía a intentar arrastrarle de nuevo. Unas veces con la intención de acabar con un monstruo como él, un hechicero que se negaba a acatar ley o directriz alguna. Otras a pedirle que volviese a bajar de la montaña, a combatir este o aquel mal. Su hija nunca acudió a verle. Probablemente su único fracaso absoluto. Lo cierto es que ya no podía evitar que el sonido hiciese aquello con su voz. Intentar arreglar las cosas con ella, le habría llevado inexorablemente a esclavizarla. Quizás lo que ocurrió aquella noche, estaba influido por sus pensamientos al respecto.

 

El viento le trajo el rumor de la afanosa escalada de un intruso. A veces se perdían viajeros. Manifiestamente había evitado utilizar advertencias de un tipo u otro, para evitar las visitas. Aquello sólo las habría fomentado. Normalmente sólo necesitaba manipular el viento para que los viajeros perdidos encaminasen sus pasos en otra dirección. Pero este caso era distinto. Era una de las interrupciones. Con un chasquido de la lengua, el hechicero se incorporó, aguardando pacientemente.

-¿Hola?- llegó la trémula voz desde la oquedad que hacía de entrada. Era un muchacho -¿Hechicero? ¿Señor del viento y el sonido?- Balzurg’Guul se mantuvo en silencio, en un último intento de eludir la visita, aún a sabiendas de que no serviría de nada –He recorrido un largo camino en tu búsqueda, hechicero… Las historias de hace años… los rumores… 

-No- fue la simple respuesta. Apenas un susurro juguetón que llegaba a los oídos del viajero.

-¿No?- la sorpresa era palpable en el tono del muchacho -¡Oh! ¡Cierto! He traído un obsequio- el muchacho rebuscó entre sus pertenencias, con manifiesta torpeza, mientras continuaba internándose en la cueva. El halo de luz de la pequeña hoguera empezaba a iluminar al desconocido, y lo primero que mostró, fue la mano extendida, con la palma hacia arriba.

 

Mostraba una pequeña campana dorada, que tintineaba mientras intentaba presentarla como un regalo. Era una campana bonita. Tenía un sonido limpio, producto del exquisito pulido de su interior. Las trémulas llamas dejaban ver entre sombras el grabado que recorría la parte inferior: “Viento. Sonido”. El final de una palabra tocaba el inicio de la otra, rodeando la parte más ancha.

-El obsequio es apreciado. Mas la petición rechazada, sea cual sea- su voz había perdido la costumbre, y sonaba desgarrada, aunque sabía que no duraría demasiado –En atención a esa campana, he roto un silencio de varios meses, pero no obtendrás nada más.

-Pero… ¡No vengo a pedir nada!- repuso, sosteniendo todavía la campana, que terminaba de reverberar, ahora estática –Sólo quiero aprender.

-Elige otro maestro. Los hechiceros ya no son perseguidos por la Orden, salvo que manifiestamente sean un peligro. O elige un bastón, y déjate las cejas en legajos que te limiten… No me interesa ni una opción ni la otra.

-Precisamente, Señor del viento. Los hechiceros han sido domados. Se les tolera mientras sean mansos. Ahora son simples magos sin bastón

-Apropiado para tiempos de paz. Ya no hay demonios mayores, y una guerra mundana no necesita del poder auténtico. Te daré algo más por el regalo de la campana- un sencillo gesto, innecesario realmente, hizo flotar la campana hasta su propia mano –Un consejo. Hazte granjero. O tabernero. O herrero… elije tu pacífica ocupación, y vive.

-Eso no es una opción, Voz del Vendaval, necesito controlar el poder para no ser un riesgo –el chico abusaba descaradamente del halago, pero tan sólo para presentar sus argumentos. Él mismo había utilizado eso en innumerables ocasiones, y era consciente de que aquel tipo había preparado bien el encuentro –Traigo otro regalo, maestro.

-Yo no soy tu maestro- replicó mientras el interpelado manipulaba su bolsa de viaje de nuevo. En esta ocasión reveló un caramillo de pastor. Viento produciendo sonido –No obtendrás nada aquí. Ni tus palabras dulces, ni tus ornamentados regalos, te franquearán nada.

-No se trata de un capricho, Silenciador de Demonios- prosiguió vomitando otro título halagador –sino de… ¡necesidad!

-Necesidad o necedad, en cualquier caso me resulta irrelevante. Busca a otro maestro- el viejo hechicero empezó a girarse, dando por terminada la conversación.

-Pero los textos… las profecías…- la voz se le truncó al viajero, sin duda sorprendido al tener que utilizar argumentos que guardaba para más adelante –¡Santuario vuelve a estar en peligro por culpa de los demonios!- en esta ocasión, del petate del viajero salió un pergamino ajado, enrollado con cuerdas doradas rematadas en borlas, que desenrolló apresurado para leer un fragmento -…Pandemonio… Piedra del mundo… destrucción de Baal… transmutación de Ángel de la Muerte… ¡Aquí!- exclamó excitado –¡La caída de Tyrael!

 

La reacción no fue la esperada sin duda. Balzurg’Guul se giró como si hubiese recibido una descarga eléctrica, y el viento restalló, esta vez sin gesto dramático, lanzando al chico hacia atrás, y dejando el pergamino en el aire, girando lentamente. La promesa de la Madre Oscura, rezaba el título.

-No eres sino un peón en la maniobra de una diosa aburrida y caprichosa, muchacho. Vete y no vuelvas- La voz del hechicero ya había sido engrasada con la breve conversación. Sonaba más como un rugido de advertencia, como el rumor sordo que se percibe en el silencio antes de descargar un trueno.

-¿Cómo puedes dar la espalda a Santuario?- preguntó levantándose y sacudiendo sus ropas –Tú eres uno de los héroes que acabaron con la guerra entre el Infierno y los Cielos. ¡Engatusaste a Mefisto, el Señor del Engaño! ¡Silenciaste a Baal! ¡Perduraste ante Diablo!

-Sólo era un peón, como lo eres tú ahora, en la búsqueda del poder necesario para ser libre y apartarme de todo. ¡Algo que pertinazmente intentáis destruir!- el trueno descargó, en su voz airada e iracunda, aunque rápidamente se recompuso, convirtiéndolo en una pequeña tormenta primaveral- Por última vez te lo imploro. Vete de aquí y marcha lejos. O despéñate por la ladera de la montaña, me da igual.

Aquel desconocido le conocía bien. Era el momento de mayor indefensión, justo tras el arrebato de ira, recomponiendo la serenidad y recogiendo el viento desplegado sin orden ni concierto. La expresión inocente y excitada del muchacho mutó a una mueca, una sonrisa retorcida, mientras sus manos se crispaban en una pose estudiada.

-Entonces me aseguraré de que no interfieras- su voz también había cambiado, y ahora transportaba el hedor de la muerte, al tiempo que una espada de hueso tomaba forma en su mano extendida –¡Saludos de Ar’Oblid, vieja gloria inútil!

 

El tiempo pareció detenerse. El joven hechicero se lanzó hacia delante, hacia el viejo señor del sonido y el viento. En una mano enarbolaba una espada de hueso, réplica de la que conocía, la de su maestro y mentor, Ar’Oblid, al que pensaba destruido años atrás. En la otra, una amalgama de energía pura, girando y arremolinándose en una llama púrpura. Al mismo tiempo, la campana y el caramillo, que había entregado como falsos regalos, vibraron al unísono, creando una zona de sonido neutro, encerrando a Balzur’Guul. Era hábil. Y había preparado el encuentro.

-Le insistí a mi maestro que no perdiese el tiempo contigo- exclamó mientras lanzaba tajos que absorbían el alma al contacto y rodeaba a su oponente con lenguas de fuego púrpura –Pero supongo que todos los viejos sois así.

 

El duelo mágico no duró demasiado, pero pareció eterno para ambos. Una brecha en el suelo vomitó lava ardiente, a los pies de Balzur’Guul, para sorpresa del nigromante asesino. El cambio en la morfología del suelo alteró el espacio de sonido neutro, lanzando una descarga sólida hacia la espada que entumeció el brazo que la portaba. El fuego púrpura se mezcló con el anaranjado de la hoguera, cada cual obedeciendo a su amo. La espada de hueso se entrecruzó con ráfagas de viento que se limitaban a desviarla de las estocadas mortales. Pese a los intentos del nigromante, todo aquello generaba un considerable alboroto, y el suficiente ruido para armar a su oponente. Era consciente de ello, y se lanzó a evitar el golpe final, intentando decapitar al señor del viento. Pero el señor del viento había aprendido trucos nuevos. Años de perfeccionar su arte sin limitaciones. Años de tomar referencias de aliados y enemigos. 

 

El humo de la hoguera agitada se tragó a Balzurg’Guul, justo antes de que el fuego violáceo impactara en él. La explosión dividió el fuego en varias llamaradas que se transmutaron en varios señores del viento. Al mismo tiempo, estacas de piedra aprisionaron a su pretendido asesino, y la humedad del entorno se condensó sobre su figura, empapándole al instante. Realmente el tiempo se había detenido, pues efectivamente había aprendido trucos nuevos.

-¿Sabes lo que acompaña siempre al sonido del trueno?- susurró a espaldas del joven hechicero, mientras el resto de imágenes se iban desvaneciendo –La electricidad del rayo. 

 

Descargó todo su poder, sin trabas, en una única palabra. Muere. Aquel muchacho no era Baal. Ni siquiera Ar’Oblid. La carne se despegó de sus huesos tan sólo una fracción de segundo antes de ser desintegrada por la explosión sónica. Sus huesos fueron reducidos a cenizas, junto con la espada. La electricidad achicharró cada ápice de su ser, evaporando al momento el agua de su cuerpo y dejando un desagradable aroma a ozono. Balzurg’Guul, señor del viento y el sonido, adepto de muchas otras artes, ni siquiera manchó sus sencillas ropas de las vísceras o la sangre del intruso… tal era su poder… ¿no es así?

 

Sacudió la cabeza mirando a su alrededor. El agujero en el suelo, sobre el que la lava se solidificaba rápidamente. La grieta en la pared sobre la que había descargado inicialmente el viento. El cráter resultante del infierno desatado sobre su rival… Pero no había quedado rastro de él. Ni de las explosiones de fuego púrpura. De hecho habría tenido problemas para demostrar la visita siquiera… El pergamino había ardido. ¡Los obsequios! ¡Si! Sin duda habrían quedado restos. Frenéticamente rebuscó en el suelo, el lugar donde los había arrojado al iniciarse el duelo. Pero tan sólo encontró su vieja campanita, algo abollada, tintineando entre sus pies…

Realizado por: Curro

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