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La Búsqueda de un Sabio

 

 Un hombre despierta en mitad de la noche, sobresaltado y algo desubicado. Lentamente y ayudado por su dolorido cuerpo, se sienta en el lecho de viaje que torpemente había preparado la noche anterior, mientras mira a su alrededor observando el límite de la selva con Travincal.

 

Figuras de lo que parecen ser hombres y mujeres, duermen, hacen guardia o reacondicionan sus pertrechos bajo un silencio y un pesar que prácticamente puede paladearse cual raíz amarga. El cansancio y el abatimiento están haciendo mella en la voluntad del campamento en mayor o menor medida.

 

Tras varios minutos, el sabor metálico en su boca por fin vuelve conectarlo con su cuerpo... "Jumm, parece que me he vuelto a morder la lengua mientras soñaba", piensa el joven aprendiz mientras se limpia la comisura de los labios con el reverso de la mano. Intenta recordar cuándo fue la última vez que durmió a pierna suelta y parece que fue en la cama de casa de sus padres, allá en Tristan, antes de que el Rey Leoric sucumbiese a la locura. El pesar de saber que todo aquello había sido destruido o corrompido le encoge el corazón como si una gran mano fantasmal se lo apretase con fuerza.

 

Súbitamente, un intenso escalofrío le recorre desde la rabadilla hasta la coronilla y todo parece cobrar sentido. Sabe exactamente qué necesita y dónde encontrarlo, aunque es muy probable que muera en el intento. Debe proteger los muelles de Kurast o en menos de un par de días los demonios habrán arrasado el lugar y nos atacarán por la retaguardia mientras intentamos acabar con Mephisto. Tras eso, debería cruzar Travincal, la Represión del Odio, llegar a la Fortaleza de Pandemonium y acceder a la Biblioteca del Infierno.

 

Los sueños vívidos de los últimos meses parecían prepararlo para este difícil viaje, mostrando antiguas rutas descritas en los viejos tomos de los Horadrim y varios objetos con suficiente poder como para hacer frente a los planes enemigos. "Gracias, maestro Caín" musitó en voz baja.

 

Levantándose lentamente e intentando no hacer ruido, se acercó a la túnica que había dejado secando al principio de la noche. "No puedo esperar más", pensó mientras tocaba la capucha aún mojada y, con un ligero movimiento de mano y un pequeño salmo, evaporó la humedad sobrante de la prenda de viaje.

 

Varios de los arcanistas se revolvieron ligeramente en su lecho, detectando incosncientemente la magia, y el más cercano, se terminó depertando: "Ey, ¿dónde vas?", espetó mientras mantenía un ojo abierto. "No te preocupes, Sephlin. Voy a recoger unas plantas que florecen en la madrugada y no me alejaré del campamento", mintió. "Tú mismo", replicó Sephlin mientras se giraba y se volvía a dormir.

 

Theod salió del campamento en silencio, sintiéndose mal por haber mentido a su amigo. Necesitaba que desconociesen su paradero para que las huestes demoníacas no pudieran descubrir con facilidad sus planes y tener alguna oportunidad adicional contra Diablo. Por primera vez en su vida, entendió porqué su maestro desaparecía de la noche a la mañana...

 

Tras abandonar la seguridad del campamento, Theod se adentró en la selva con cuidado y moviéndose tal y como hacía en sus sueños. Avanzaba, esperaba el paso de un grupo de muñecas estigias, esprintaba, descansaba. Todo era mecánico y seguro por lo que Theod iba tranquilo y confiado. Aun así, le llevó más de una hora encontrar el primero de los lugares que debía visitar, en un claro junto a unas antiguas chozas y a pocos metros de lo que parecía una entrada cavernosa a algún tipo de guarida. Se acercó cuidadosamente al altar ornamentado con lo que parecían dos grandes cuernos de antílope en los laterales y espinas en su base, y un gran contenedor en el que había restos de hollín del último de sus rituales. Sabía cómo llegar hasta allí y lo que sucedería después, pero no tenía indicación alguna acerca de cómo activar el ritual. "Otra de tus pruebas, querido maestro" se dijo en voz baja mientras inspeccionaba los restos del pebetero.

 

Le costó algo más de media hora recordar un ritual de invocación utilizado en la magia Skatsim que tenía varios de los ingredientes identificados... debía ser ese, ya que la otra opción que usaba esos mismos ingredientes era un elixir para acelerar el parto que usaban las parteras allá por Lut Gholein. Por suerte, los ingredientes que no llevaba encima los pudo encontrar en la cercanía, en las flores, cortezas de árboles o excrementos de animales. Con todo lo que necesitaba, se acercó al altar, respiró profundamente y comenzó a realizar el ritual: flores aplastadas, tallos troceados, sangre fresca de su propia mano, un poco de fuego y las conjuras adecuadas consiguieron que todo ese amasijo de fluidos y aromas metálicos, florales y cáusticos emitiesen una pequeña explosión de "olor a selva" con un humo verde color musgo. Y en ese momento supo que había funcionado y que tenía 5 segundos escasos para prepararse para lo que venía a continuación.

 

Pero esa parte ya la había revivido más de 10 veces: aparecía un grupo de unos 6 u 8 humanoides parecidos a ratas. El más alto de ellos, con una daga en la mano, me señalaba y emitía una orden que el resto seguía. Entonces, señalaba al primero y unas llamas salían de sus pies, incendiando todo aquello que pisaba, entrando en pánico. En el instante en el que se daba cuenta de ello, empezaba a zigzaguear despavorido, provocando a su vez que el resto terminase también ardiendo en menor o mayor medida, quedando algo aturdidos. Pero no era suficiente para el líder que comenzaba a abrirse paso entre sus lacayos, cada vez más enfadado. Y justo cuando estaba en el centro, rodeado por sus secuaces que intentaban apagarse el fuego, un nuevo ataque mágico les impactaba de forma certera y una bola de fuego reducía a cenizas a todos los secuaces. El cabecilla, ardiendo completamente, quedaba indefenso y rematarlo con una estocada era más un acto de misericordia que de violencia.

 

Una vez recuperado y tras examinar la daga, pudo sentir el poder que portaba en sus manos. Se trataba del artefacto conocido como El Gidbinn, una imponente daga ritual usada por los más poderosos practicantes Skatsim conocidos. Algunos escritos decían que esa daga podía mostrar el futuro, potenciar el poder mágico o la recuperación mágica, aunque era un simple compendio de rumores. Aunque Theod la necesitaba para poder encontrar la ubicación de otro artefacto Skatsim, el Tomo de LAM ESSEM, un importante libro que podría ayudarnos en la lucha contra el mal primigenio y los demonios mayores. Observó de nuevo la daga ritual, la limpió a fondo, eliminó el veneno ritual con uno de los pergaminos, y procedió a entrar en comunión con dicho artefacto. El proceso era sencillo: varios cortes superficiales en manos y antebrazos para marcar cuatro glifos antiguos, mientras un salmo acompañaba el proceso. Justo en el momento de vinculación con El Gidbinn sabía que el proceso había sido distinto al esperado... notaba como el objeto accedía a su alma a través de los glifos y fuera lo que fuese, no lo aguantaría más de medio día.

 

Tras el primer momento de agobio en el que intentó deshacer la unión, el pánico hizo presencia al darse cuenta de que no recordaba ni había soñado nada acerca de cómo desvincularse. El pesar y la tristeza aparecieron cuando el ataque de pánico desaparecía, justo para verse tirado en el suelo hecho un ovillo y sollozando como el día que se enteró de la muerte de sus padres. Y entonces recordó que tenía un cometido importante y que la vida de sus amigos dependía de que tuviera éxito en su misión, independientemente de si el salía con vida o no de todo aquello. Y aún con el pesar y el corazón hecho añicos, consiguió levantarse a base de fuerza de voluntad. Recordó cuál era el camino hacia Kurast y gracias a la daga, fue consciente de que lo que buscaba se encontraba en el Templo en Ruinas de la zona del bazar. Sin pensárselo dos veces, se puso en movimiento y de forma mecánica y ensayada gracias a todo lo aprendido en sus sueños y apoyado por el poder de la daga, consiguió llegar al lugar.

 

Accedió al templo con cautela y consiguió moverse entre las distintas salas por pasillos ocultos que usaba el servicio cuando éste era uno de los grandes templos. Sabía que cualquier error daría al traste con el plan y que los seres corruptos que allí moraban no tendrían piedad alguna. Y todos sus sueños terminaban ahí, mirando la sala desde sú cobertura, con el tomo colocado cuidadosamente sobre un púlpito, protegido por lo que parecían ser antiguas pertenecientes a la hermandad del ojo ciego, y justo en ese momento, aparecía el sol por un ventanuco redondo justo por encima de lo que parecía el antiguo altar, la pared más cercana a Theod. Esa era la señal y el momento en el que despertaba tantas y tantas noches. Activó un escudo antes de salir de la cobertura y mientras avanzaba hacia el libro, utilizó un Orbe Helado para congelar el suelo del ala principal, consiguiendo que las criaturas allí presentes terminasen en el suelo tras resbalar por cualquier movimiento brusco realizado.

 

Pero había pasado a alguien por alto. Alguien que parecía una de las antiguas guardias de Ojo Sangriento, estaba posicionada en un punto ciego desde su antigua posición de cobertura. Un golpe de su hacha deshizo el escudo en virutas mágicas y una estela azulada en el filo del arma me dio una pista de que tenía un encantamiento mágico adicional. Sin más opción que luchar cuerpo a cuerpo, invocó el látigo y la espada flamígeros, como tantas otras veces había hecho pero algo no ocurrió como esperaba... lo que portaba en su mano derecha seguía siendo la daga y, sobre ella, se había formado el filo de una espada verdosa, de daño de veneno. La daga había modificado su magia para adaptarla a su naturaleza, consumiendo un poco más de sus fuerzas. A duras penas consiguió bloquear el tajo del hacha enemiga, esta vez con una estela rojiza, pero el embate del escudo le hizo retroceder. Mantuvo la compostura y recordó una de las habilidades otorgadas por Andariel a sus súbditos, el Golpe Espectral, que dañaba aleatoriamente con una naturaleza en cada ataque.

 

"Estoy jodido", se decía mientras se posicionaba de espaldas al altar tras desviar otro de sus ataques. Desde esta situación podía ver el libro, los esqueletos intentando levantarse del suelo que poco a poco se iba descongelando y a la figura que se acercaba a propinarle otro golpe. Tras varios intentos de estocadas y latigazos sin mucho éxito, por fin consiguió superar la defensa enemiga, realizando una estocada a la cabeza, obligándola a parar con el escudo y enrollando sus piernas con el látigo a la vez que su movimiento lateral ponía la distancia justa para evitar su golpe de hacha, eléctrico esta vez. Tiró con todas sus fuerzas del látigo y su contrincante cayó al suelo con un gran estruendo. En esa posición, desarmarla y terminar con su cáscara física fue sencillo, justo a tiempo para coger el libro antes de que en el suelo, el hielo que antes había, se terminase de convertir en agua. En el instante en el que ponía su mano izquierda sobre el libro, sintió una violenta conexión a las puertas de su alma y todo se desvaneció.

 

Theod despertó en el suelo, junto al altar, con algunas heridas superficiales y lleno de sangre. No pudo entender exactamente qué había sucedido exactamente, pero en ese momento le valía con sentirse vivo. Al mirar a su alrededor, todos los esqueletos y el resto de criaturas que moraban en el templo, yacían muertas en la habitación. Se levantó aturdido y débil, llegando a la conclusión de que habían pasado unas tres horas desde que el sol entrase por primera vez en la sala. Sentía que quedaba poco tiempo para volver sano y salvo a los muelles, por lo que guardo la daga y el libro por separado y salió subiendo por el altar y escapando por el ventanuco. La vuelta a los muelles fue más tranquila de lo esperado, ya que sus amigos habían empezado a moverse y a limpiar todo por donde pasaban... pero la sensación de que su esencia vital y mágica se escapaba más y más de él, hacía que su cuerpo respondiese cada vez peor a sus directrices. Cayó varias veces, y se levantó otras tantas. No podía fallar... no LES podía fallar.

 

Y cuando ya escuchaba el sonido del mar, apareció un ardor en los cuatro glifos que había "dibujado" en sus brazos que fue en aumento segundo a segundo. Al final, un dolor insoportable le hizo perder la batalla y caer inconsciente cerca de la linde de la selva. Deseaba con todas sus escasas fuerzas que Ormus hubiese escuchado sus gritos y que todo lo que había hecho no hubiese sido en vano. Y ese pensamiento, junto con el sentimiento de impotencia, fue lo último que pasó por la cabeza de Theod en el momento que sentía que su vida se le escapaba.

 

Realizado por: Wilfo

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