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La Caída del Norte

 

Una figura encapuchada viaja con un niño de la mano entre las frías nieves del norte. El tintineo de su armadura suena bajo la tela y vigilante observa a su alrededor. Pronto sus pasos les llevan hacia el interior de una aldea arrasada, al norte de Harrogath. El humo aún llega al cielo y el fuego parece recién apagado por el clima.

 

El hombre busca con la mirada una amenaza. El niño tira de la mano del hombre:

- ¡Señor! ¡Malah dijo que nos diéramos prisa!

- Aguarda pequeño… - suena una voz de hombre cansada y ajada por la edad.

 

El hombre encapuchado se interna en una casa donde las páginas de un libro se mueven con el viento en medio de la nieve que invade la estancia. Está mojado por el agua residual y manchado por la sangre de los cadáveres que yacen en el suelo. La tinta está corrida en su mayoría pero si está ahí es porque alguien se esforzó en escribir algo en sus últimos momentos de vida. Se puede leer a modo de diario, con gran dificultad en sus últimas páginas:

 

“Han tomado la plaza y acabado con los guardias. Hemos atrancado las puertas y ventanas, pero no podremos detenerlos por mucho tiempo. ¡El suelo tiembla! 

Tambores… Tambores en la lejanía. Bramidos desgarradores en las calles, aún no ha llegado lo peor. 

No podemos salir. Una sombra se mueve en la oscuridad. No podemos salir. Ya vienen...”

 

Un bramido suena en la lejanía. El niño se sobresalta y el libro cae al suelo. Los tambores empiezan a replicar. El hombre desenvaina una espada. No una cualquiera, una digna de un caballero.

- Debes irte… - dice con un hilo de voz el hombre al muchacho soltándole la mano.

- ¿Yo solo? – pregunta el niño temeroso.

 

El hombre se arrodilla delante de él y le pone la mano en el hombro para hablarle a su altura:

- Tú muchacho, tienes más valor que muchos de los hombres que he comandado. Viaja más al norte, evita las huestes. Agacha la cabeza, sigue avanzando y no dudes. Evita el conflicto. – El hombre se quita un colgante y se lo pone al muchacho al cual le salta una lágrima. El hombre prosigue – Viaja al norte, debes encontrar el Río de Hielo, bajo el Pasaje Cristalino y a Ania en él. No depares en nada más, no escuches ninguna voz ni tentación. Eres fuerte, lo conseguirás.

- ¿Y usted? – dice el niño temeroso.

- Sigo esperando a que ella aparezca. Tú tienes un deber que cumplir al igual que yo, ve con la Luz muchacho. Huye por la parte de atrás. Me devolverás mi colgante cuando me vuelvas a ver, o se lo darás a ella si no sabes más de mí.

 

El niño asiente aguantando las lágrimas y echa a correr por la parte de atrás de la casa, a gatas por un estrecho agujero.

 

De forma simultánea, el niño corre solo hacia el norte como puede, la nieve dificulta su movimiento. A su vez, el hombre sale por la puerta delantera con su espada desenvainada.

 

El hombre mayor, avanza sin titubear hacia una multitud. Cientos de demonios se dirigen hacia el lugar al haber olido sangre viva en el lugar. El ataque es inminente. Su capucha cae para dejar a la vista su pelo canoso y la capa ondea dejando a la vista una maltrecha armadura que habrá pasado por demasiadas batallas en los últimos días.

 

El niño corre llorando mientras agarra con fuerza el colgante que le ha dado el caballero del sur. No piensa perderlo y se asegurará aunque cuelgue de su cuello de que no se separa de él. Le debe a ese hombre la vida y no dudará de sus palabras.

 

Uno se pone en posición de combate para enfrentar a una horda y dar tiempo al pequeño de huir. El otro agarra el colgante que en otra tierra un enamorado entregaría a la doncella con la que se casó en el pasado.

 

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