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La Muerte de un Dios

  

El cuerno de guerra suena. Las huestes se acumulan alrededor de la frontera norte de Khanduras. Un gran ejército se divide en el límite de las tierras. Por un lado, trasgos, no-muertos y demonios se dirigen al norte, hacia la estepa, dirección Harrogath. Portan con ellos el estandarte de Baal y un Palantir vacío que pronto ocupará su señor.

 

La otra parte del ejército, criaturas ponzoñosas y corruptas de aspecto atroz, comienzan a bramar contra las puertas de la muralla de Khanduras, la tierra sin señores y sin Rey. Actualmente, supervivientes sin gobierno con su epicentro en la ciudad abandonada y maldita, Tristán, de donde surgió el Señor del Terror y comenzó esta era oscura.

 

Los pocos hombres libres se agolpan al otro lado de la muralla, encogidos de miedo y temblando con sus armas en la mano. No está aquí el Santo para guiar sus pasos. Están solos. Intentan luchar por los débiles que hay dentro, por aquellos que aman y merecen vivir… Pero son tiempos aciagos y ellos son solo meras piezas de ajedrez. Morirán para hacer el ejército enemigo aún más grande y poderoso.

 

Un hombre en armadura completa se adelanta, comienza a bramarles órdenes y ellos obedecen al momento. Acaba de llegar con soldados de la Joya del Desierto de Lut Gholein, pero le reconocen como antiguo caballero de Leoric. No tiene a la imponente Xiuna como en otros tiempos a su lado, pero sabe motivar a los hombres en la peor de las situaciones. Son pocos pero no han recorrido tanto terreno para defender este frente por nada.

 

Hace tiempo que se separó del grupo y calló perdido en la selva. Algunos de su alrededor murieron y sus heridas no le permitieron continuar el camino. Sintió la llamada de su tierra: “Khanduras necesita un Rey”. Ahora liderará la resistencia. Es fuerte y experto, pero no es el Santo. Aun así, hará lo que pueda por esta buena gente.

 

Con su espada al cielo, Linbeorn ordena a todos aguantar los embistes de la muralla. Es cuestión de tiempo que entren pero cada minuto que aguanten, será crucial para que los supervivientes de Khanduras puedan huir o esconderse. Los demonios vienen a hacer leña del árbol caído y es algo que el caballero no piensa permitirles.

 

El choque es brutal, las bajas pronto comienzan a contarse y las defensas se resienten. Fragmentos de la muralla comienzan a caer y las alimañas se escurren por cada agujero, escondrijo o símil que provocan sus grandes compañeros. El enfrentamiento comienza y los hombres se baten a la defensiva, un paso en falso y serán la comida de esas horribles criaturas.

 

Las espadas chocan contra las falanges de las criaturas, los bramidos intentan bajarles la moral pero el caballero se mueve con su pesada armadura entre ellos, se escurre, rueda y estaca con su espada provocando las primeras bajas del enemigo y dándole el aliento a los suyos de que si su enemigo sangra, puede morir.

 

Mientras retroceden aguantando la línea, Linbeorn solo mira hacia todos lados, aguantando, esperando el cuerno de la Santa Orden de los cruzados o los silbidos de las arpías. ¿Dónde están sus aliados?

En lo alto de la colina una figura observa. Un antiguo sacerdote de un culto sombrío bendice el terreno con la mirada perdida, entonando idiomas antiguos que ningún mortal sería ahora capaz de recitar. Desde su posición privilegiada, observa al caballero luchar como si la vida se le fuera en ello pero, ¿acaso no era así?

 

Los humanos se empeñan en luchar por bienes terrenales o existencias que no les pertenecen. Fueron creados algunos por error y otros por la simple necesidad a cubrir de los que decidieron su existencia. Viven temiendo constantemente a la muerte, sin saber que es un paso más.

 

El sacerdote se frustra de pensar que niegan el conocimiento por la simpleza de aferrarse a la mortalidad sin entender los pasos de la existencia. Pero él finalmente suspira y mira al cielo para pronunciar en alto:

- Madre, hágase tu voluntad

 

Al bajar la mirada recoloca sus atuendos. Nota una presencia que le lleva buscando un tiempo sin saber el porqué. Una lucha se va a dar, o tal vez no. El sacerdote no muestra ningún signo de querer defenderse, únicamente de espaldas espera y dice de nuevo sin bajar la mirada del cielo.

- Todo está alineado, tu voluntad se ha cumplido. Ayúdales a entender lo que les espera y que no teman por ello. Es el fin de mi era con todo lo que ello simboliza.

 

La presencia se hace más fuerte y palpable a su espalda y el sacerdote solo extiende los brazos hacia el cielo.

- Hágase tu voluntad – dice una última vez. Cuando baja la mirada puede ver como todas esas criaturas comienzan a sepultar al caballero, como las criaturas comienzan a dar caza y muerte a sus hombres. La defensa está casi perdida si no salen de esta. – Es el fin de una era.

 

El desenvainar tosco de dos hojas pequeñas suena y el chirriante susurro que deslizan unas cadenas al moverse en el aire rompen el silencio alrededor de las palabras del sacerdote. Finalmente una voz cacofónica suena para revelar sus intenciones:

 

“Primero Rathma, luego Auriel, después Santuario”

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