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El amo de Lut Gholein

En el atardecer de la ciudad, los últimos niños aprovechan los últimos rallos de Sol para terminar de jugar. Algunas madres ya comienzan a recoger los enseres de los alrededores de su casa y los cabeza de familia comienzan a volver después de una dura jornada de trabajo. Se acerca la noche y con ella un frío que haría agitarse hasta a los muertos.

 

El clima ha cambiado mucho en los últimos días. Llueve, algunas plantas verdes crecen donde antes no podían. Esto afecta a casas, crea derrumbes, riadas donde nunca debieron existir. Los ciudadanos están intranquilos, pero intentan continuar de forma normal con sus vidas. Saben que deben resguardarse bien de la noche, pues el viento trae unas temperaturas que hace que se origine escarcha en la superficie de los edificios. Cualquier habitante del desierto si no lo viera con sus ojos no lo podría creer.

 

Pero en palacio, a pesar de la hora, la reunión continúa. Muchos nobles se encuentran en la sala del trono agitados, pidiendo explicaciones. El gran Archimago Heródoto pide a los buenos señores de Lut Gholein silencio. Heródoto está especializado en las artes arcanas, es el actual guardián del Santuario Arcano y superviviente a las catacumbas bajo la Catedral de Tristán, capital de Khanduras. Él fue quien bajó a enfrentarse a Diablo con Aidan y Cuervo Sangriento. Junto a él su pupila Nyahildia espera la voz de su maestro. Heródoto es claro y directo: desconoce la causa del cambio del clima pero ya lo está investigando junto a su fiel estudiante. Promulga que las buenas gentes de Aranoch no tienen por qué temer, que han perdurado a través de los siglos en las condiciones más extremas y que así seguirá siendo.

 

Después del discurso del Archimago, los señores se miran entre ellos dudosos. Los arcanistas se retiran para continuar con su labor, dejando a los grajos las labores de la política. Pronto comienzan las preguntas incómodas, la evaluación de riesgos, los futuros posibles problemas. Algunos se levantan y comienzan a gritarse entre ellos, otros simplemente se echan a un lado.

 

Crishol y Ziva, aunque carecen de algún título noble, están en la sala, delante del trono del hijo del Califa y su acto ante el revuelo es como manda el protocolo, desenvainar sus armas. El capitán de la guardia y su mano derecha no dudarán en derramar sangre en el mismo palacio si es necesario, todo por la seguridad de su gobernante. Es su cometido ahora en ese lugar.

 

Pero el hijo del Califa no se sobresalta, el cual ha estado toda la jornada observando a unos y otros discutiendo. Les ha mirado y analizado, ha estudiado cada uno de sus gestos y reprimendas mientras guardaba silencio. Ahora simplemente, se levanta y se obra lo que era de esperar.

 

En el momento que Jerhyn, hijo del Califa de Aranoch, amo y señor de Lut Gholein se pone en pie, en la sala se crea un silencio perturbador e incómodo. El poder de un hombre se mide en como controla una sala con un simple gesto, le solía decir su padre. Jerhyn se limitó a mirar a su alrededor para solo encontrar caras de arrepentimiento o agobio. Aquellos nobles sabían que si el hijo del Califa ordenaba allí y ahora su ejecución, desaparecerían de la existencia para siempre, y no habría ninguna represalia.

 

Y es que Jerhyn supo ganarse bien al pueblo cuando llegó. Se involucró con ellos y les ayudó en todo lo que pudo. Les escucha a diario para saber qué necesitan y proporcionárselo. Abolió la esclavitud y la hace perseguir, aunque no todas las taifas de Aranoch estén muy de acuerdo con ello. Ha sabido acudir en auxilio del necesitado y crear reformas para beneficiar a todos. Los nobles mantienen su poder, lo cual les agrada y el estamento bajo vive cómodo, lo cual les mantiene contentos. Jerhyn se ha convertido en un dios para ellos y darían su vida por él si fuera necesario.

 

Su expresión seria en este momento hacía que nadie se atreviera a mirarle ni siquiera a los ojos. Su habitual sonrisa se había borrado. Comenzó a hablar reprendiendo a los incautos que no creían en las palabras del Archimago y su pupila, les dijo cómo mantener el orden cívico y la falta de respeto que suponía que elevaran el tono de voz en su casa. La mayor parte de ellos no se sintió digna de estar en su presencia después de tal agravio, pidió disculpas y se marchó.

 

Los pocos que quedaron conversaron con su líder, ante la descontenta mirada de sus dos protectores que no dudarían en lanzarse si hacían algo fuera de lugar. Nunca hubo un atentado contra Jerhyn, nunca se intentó realizar un levantamiento, pero el hijo del Califa quería ser precavido. El resto de la velada ocurrió con normalidad y al final, las cabezas más influyentes de cada familia se marcharon algo más calmados que de cómo llegaron a cocinar sus pensamientos entre estos muros.

 

Finalmente Jerhyn se dirigió a sus protectores y les pidió una defensa más férrea, en muralla y en palacio. En sus ojos se veía que temía por algo pero intentaba disimular. Crishol intentó indagar pero se encontró con un muro y desconcierto. Era la primera vez que Jerhyn no compartía algo con su hombre de confianza.

 

Todos se retiraron y quedó la sala tranquila y a oscuras. Una figura sibilina, vestida totalmente de negro y enmascarada sale de entre las sombras y se acerca al trono. Busca entre pergaminos al pie de este, hasta encontrar uno en especial. Lo abre y sonríe de tal forma que seguro que se puede intuir a través de su máscara. Ealgar, uno de los asesinos más temidos de Aranoch, antiguo miembro de la Orden de Asesinos de Hechiceros, disfruta con lo que acaba de encontrar.
- ¿Qué acaba de aprender la joven aprendiz? – dice en voz alta

 

Detrás de él aparece de la misma forma que él una muchacha, Anabella. Se aproxima de forma sigilosa para leer por encima de su hombro el pergamino que sostiene su maestro. Ella también esboza una sonrisa:
- Que la información es poder.

 

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