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Siempre hay tiempo para llorar

La caravana marchó hace tiempo ya hacia el este. Dejaba atrás el monasterio de la Hermandad del Ojo Ciego en plena reconstrucción. Apenas quedaban hermanas para levantar y defender el lugar, mientras Laianna no dejaba de pensar en que se dirigía hacia una muerte segura por una causa justa.

 

Marchaba entre los demás con apenas dos carros. El Sol del desierto de Aranoch no tenía piedad con nadie que se expusiera a sus rayos y el calor era casi insoportable. La moral de la caravana comenzaba a bajar. Muchos de los que comenzaron este viaje con la motivación de acompañar a todos los que dieron muerte a Andariel ya no están. No han vuelto de las expediciones buscando recursos, han muerto por la insolación y la fiebre o simplemente se han rendido. Han sido grandes los sacrificios para llegar hasta aquí y pensar que solo uno de los siete ha caído, es desalentador.

 

Pero Laianna ha sufrido mucho para rendirse ahora. Contempla como la cruzada no duda en ninguno de los pasos al frente y los dos viejos la acompañan, cargando sus pesadas armaduras a la espalda, intentando que sus pies no se hundan demasiado en la arena. Los dos cazadores de demonios vigilan el perímetro mientras el médico brujo atiende en uno de los carros a todos los que están cayendo presa del calor. En el otro carro, el viejo erudito y su aprendiz, repasan lecciones con el mago, mientras intentan mantener a la bebé calmada. El nigromante, sabio y calmado, camina en silencio por su luto sin tan siquiera mirar a la gente a la cara. Los druidas están totalmente fuera de su entorno, pero tanto el cuervo como el oso, cierran la retaguardia no dejando que ninguna alimaña se acerque. Los demás refuerzan la seguridad e intentan marchar sin caer exhaustos.

 

Y es cuando el Sol comienza a caer cuando Laianna comienza a impacientarse. Sus hermanas no están con ella y las bestias del norte las acompañaban. Ceohal, Ordkrum y Sonya acompañaban a las dos amazonas a una batida. Si la expedición no traía agua, dentro de dos días comenzarían a tener graves problemas. Ya le costaba combatir con el hambre, el simple hecho de pensar que a la joven Naara podría haberle pasado algo, la hizo pararse y mirar al horizonte. Ridley pasó por su lado para con un leve codazo hacerla entender que estaba perdiendo la batalla contra el calor, no podía parar, y así Laianna reanudó la marcha.

 

De repente, el guerrero bravucón de Khanduras, Hamegar da un gran empujón a Laianna de sorpresa. Esta cae al suelo rodando dispuesta a ensartar al imbécil que ha osado atacarla por la espalda. Una sierpe roja del desierto surge del suelo intentando atacar al grupo. El remover de tierra hace el camino inestable para el carro y algunos pierden el equilibrio. La intención de la criatura de dejar caer su baba corrosiva en los más cercanos es más que patente hasta que la lluvia de flechas de los cazadores de demonios rompe su concentración. Hamegar hunde sus espadas en el vientre de la bestia mientras esta chilla de dolor. Ridley se une a la batalla de una forma cautelosa, hiriendo varias veces a la criatura, pero es el brutal lanzazo de Laianna en la cabeza lo que tumba a la criatura. Su grito de batalla se ha hecho eco en gran parte de la zona y sus compañeros la miran. La amazona no está bien por muy estoica y fuerte que quiera parecer siempre.

 

La marcha se reanuda y el frío comienza a llegar junto a la oscuridad. El desierto es demasiado peligroso de noche y todos los que han pasado la noche fuera de la caravana no han vuelto nunca. Basta una pequeña chispa, un simple mal comentario para que Laianna salte de forma irracional a pelear delante de la hoguera contra Laccrow por un comentario desafortunado. La tensión es patente y al propio caballero de Khanduras y al guerrero les cuesta mantenerla a raya hasta que se calma.

 

Finalmente, la noche pasa sin más sobresaltos. Ukun’thu es el que se aventura a decir que las alimañas no se atreven a acercarse por la fuerza del espíritu de la amazona, el cual reposa en rabia absoluta. Y es que ese pequeño comentario sin mala intención, es lo que rompe a la amazona por la mitad. De sus ojos comienzan a brotar lágrimas y cae de rodillas, siendo consciente de que aún no tuvo un momento para llorar a Cuervo Sangriento. La muchacha recuerda cómo llegó a la hermandad, los valores que le transmitió y sus enseñanzas. No olvida ninguno de sus movimientos cuando se enfrentó a ella a las afueras de Tristán. No puede olvidar sus últimas palabras. Recordó como en aquel momento, Cuervo Sangriento se atravesó más con la lanza de Laianna en el pecho para poder tenerla cerca, acariciarle la cara y susurrarle: “No llores por mí, ésta es la última lección que voy a darte. Aprende en base a mis errores mi niña”.

 

La capitana estaba tan absorta en obedecer su última orden que casi olvidó su lado humano. Cuervo Sangriento se arrepintió de ser débil y sucumbir a los demonios por los horrores que vio en Tristán en la primera aparición de Diablo. Ella no sería así.

 

Cuando quiso darse cuenta, Naara la abrazaba fuerte. El resto de la caravana estaban a su alrededor preocupados e intentando ver que ocurría. La expedición había vuelto con agua y un lugar donde descansar algunos días para reponer algunas fuerzas. Pero su otra hermana no estaba, y Naara le contó a la capitana de que el clima extremo fue demasiado para ella, estaba perdiendo el control, aunque aún estaba viva.

 

La capitana se incorporó cogiendo su equipo y dijo a la caravana que siguiera hacia Lut Gholein, ella debía atender a una de sus hermanas, para bien o para mal. Muchos quisieron seguirla y ayudarla, pero la capitana rehusó. Solo Naara podría acompañarla. La Hermandad del Ojo Ciego debía atender sus asuntos y ellos llegar a Lut Gholein.

 

La brecha se creó en el grupo con opiniones dispares y el calor del momento. Las dos amazonas se despidieron firmes en su decisión y marcharon por un camino distinto a Lut Gholein, el de la última expedición. Quizás es la última vez que todos se ven, pero lo que es cierto, es que cada vez la caravana que se dirige hacia la Joya del Desierto, es más pequeña.

 

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