Menú Principal

El Ser del Inframundo

 

 

Una barca surca un gran lago. Está ajada del paso del tiempo, muy deteriorada. Los crujidos de la madera son comunes en ella a cada vaivén del agua contra su endeble casco. Un hombre muy alto y encorvado hacia adelante, vestido con una ajada túnica, navega en la barca con los signos de la ancianidad muy presentes en todo su cuerpo.

 

De larga barba y manos huesudas empuja una y otra vez surcando el lago con un gran palo que le ayuda a navegar. Su voz suena decrépita, anciana y parece que habla solo o al aire. Sin embargo, si cualquier descuidado ser se acercara a su barca vería dos cuerpos, envueltos en telas mortuorias con los signos de los rituales de Proserpina, manchados de sangre por algún tipo de sacrificio. Ambos cuerpos llevan la boca abierta y una gran moneda que apenas les cabe entre los dientes, al parecer forzada hasta romper ligamento, hueso y diente.

- Pesadillas… El infortunio de la oscuridad. La incertidumbre del más allá. – Divaga el hombre mayor en un ademán de buscar conversación. - El miedo a lo desconocido. Aquí no hay color. Solo sombras caprichosas que escudriñan los rincones más profundos de tu ser para intentar darte caza en un descuido. Tus vicios, tus debilidades y lo que te hace vulnerable contra otros es, de forma inapropiada tu mejor arma.

 

El viaje se hace cada vez más pesado, simplemente coge aire, comienza a ver la orilla. Tres figuras de rasgos bélicos portando armaduras y armas parecen ansiosas por escudriñar desde la orilla. El viejo hastiado solo las señala y les indica una negativa con la mano. Como seres caprichosos relinchan y protestan dignos de una tierna edad, lo que no suscita su figura. Simplemente se retiran y se pierden en la oscuridad, como otros muchos más.

- Parangón y deseo. Somos presas de la edad y de multitud de defectos que arrastramos en nuestra existencia sin saber lidiar con ellos. – Comienza a relatar de nuevo el viejo. – Solo convivimos con ellos como si lo hiciéramos con el mejor amante, anhelándolos cuando no podemos estar con ellos en el lecho, disfrutando de su compañía y sin querer deshacernos de ellos. Pero vosotros aquí estáis presa de ellos… Parangón y deseo…

 

El viejo casi ha llegado a la orilla cuando una luz rompe la oscuridad cayendo sobre su barca. Él no suscita nada, solo levanta de forma pesada la cabeza. Una voz debería escucharse, pero el eco de la oscuridad la consume. El viejo una vez más parece que habla solo a un cielo con techo del que brotan las raíces de los árboles más grandes que pueblan el mundo:

- No os entiendo mi divinidad… Veo la encrucijada de caminos, pero vuestra bella voz no alcanza al inframundo… De verdad que no os entiendo, ¿de que Reina habláis? Roma no tiene rey desde hace muchos años… Oh, criaturas del Ensueño, entiendo. Eso queda lejos del Olvido… No mi divinidad, vuestra voz es demasiado pura para este lugar y mi oído duro por el paso del tiempo… Da igual lo que me estéis contando, vuestra sonrisa me basta y la visión una vez más de la hacedora de caminos me consuela… 

 

La luz se apaga poco a poco como si de un foco se tratara y el viejo no encuentra consuelo en la oscuridad como otras veces, apretando el puño y llevándolo al corazón, anhelando el amor que siempre tuvo y nunca fue correspondido.

- Basta de hacerse esperar, debo llevaros a buen recaudo mis buenos compañeros. – Pronuncia el viejo desconsolado una vez más al aire. – Es hora de volver al trabajo.

 

Finalmente, la balsa llega al pequeño puerto ajado de la orilla, pero no está el recibimiento habitual ni la gestión necesaria para la entrega. Algo marcha mal.

- ¿Qué alma quiere perturbar a un pobre viejo que solo cumple su condena? 

 

 

Una risotada maquiavélica rompe el silencio del lugar. De la oscuridad surgen dos figuras femeninas sin rasgos. Como si su cara no fuera visible y su piel no tuviera relieve o imperfecciones. Un color púrpura las cubre, espinas en sus espaldas y no llevan ningún tipo de vestiduras. Dos grandes zarcillos salen de las espaldas de cada una con grandes aguijones empapados en sangre. Cuando se aproximan si se puede ver una boca llena de colmillos, pero no hay atisbos de ojos. Se comportan como bestias desbocadas y hambrientas que acechan a su presa. Se mueven a cuatro y dos patas según ven la oportunidad de salto, pero algo las mantiene a raya.

- ¡Súcubos del averno! – Relincha el viejo cogiendo su palo como única defensa. – Ningún otro ser debería pisar estas tierras ni interferir en el recado.

- Lo llevo haciendo ya un tiempo viejo, deja de lamentarte – Surge una nueva voz de la oscuridad.

 

Una nueva figura surge entre las dos asesinas que se asalvajan en brincos y botes al ver como su amo se aproxima. Una figura andrógina de largo pelo verde, apenas rasgos angulosos en su cara y vestida como lo hacían las antiguas mujeres griegas ríe con una boca también con dos colmillos.

- Tu eres el fin de los mitos griegos, quien hizo tanto daño a la psique humana. Los mortales no te recuerdan, pero nosotros sí. Márchate súcubo por donde has venido, vuelve a tu prisión con el resto de tus hermanos. – Dice el viejo en guardia.

- No. – Dice la nueva figura de forma tajante.

- Maldecimos el día en el que escapaste de la caja y asesinaste a la primera Pandora. ¿Qué queda ahora de ti? ¿Esto?

- Trivia te hablaba de una Reina y el Ensueño, ¿por qué no me cuentas más?

- … - El viejo guarda silencio.

- Llevo un tiempo alimentándome de las almas que traes, me siento mejor ahora. ¿Por qué no eres un buen saco decrépito de huesos y me dices lo que necesito? No quiero tener que arrancártelo del alma.

- No puedes matarme sabandija…

- Pero puedo torturarte, secuestrarte y esconderte. Puedo recordarte lo que es el dolor con visiones de tu amada siendo violada una y otra vez por los míos. Es cuestión de tiempo que el inframundo se abra. ¿A quien le debes devoción barquero?

- Los condenados no pueden volver a la tierra… - Dice el viejo intentando mantener la compostura.

- Sea pues. Veamos que tal le va al mundo sin guía para las almas. Que comience mi cosecha.

 

La risa de ese ser rompe por última vez el lugar mientras se pierde en la oscuridad y las dos bestias ansiosas se lanzan sobre el barquero. Su sangre comienza a fluir por el suelo y sus gritos se oirían desde muy lejos, si hubiera alguien para ayudarle.

 

 

Contacto

Cualquier tipo de contacto que quieras realizar con la asociación envía un correo a: admin@revcc.es

Indicad en el asunto la ambientación o duda.

Información Adicional