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Epílogo: Ovando

 

 

—Y así comienza el apocalipsis, perdiendo la batalla final contra el implacable enemigo, ignorante de las consecuencias de sus actos. Ignorantes de que la entropía los devorará a ellos también y que sufrirán una eternidad en el infierno por sus actos. Allí los veré y sufriremos juntos el tormento eterno.

 

  El Señor Ovando descansaba en la cámara principal de la capilla, sintiendo una conexión con los últimos resquicios de quienes querían un mundo diferente. Conectado a todos y cada uno de esos herejes sentía su voluntad de vivir acorde a sus errores.

  —¡Elevemos nuestros corazones hacia el señor, hermanos! —Entonó Ovando con un cántico grave, alzando los brazos al cielo. —Hoy no saldremos de aquí con vida, pero derramaremos tanta sangre que se ahogarán en ella.

 

  La plegaria salió de sus labios y aunque no supo si alguien la secundó o no le dio igual, pues la bendición divina hacía que ahora todos fueran uno con él. El creador le había concedido un último deseo, ser el heraldo del dies irae.

 

  El Señor Ovando había conseguido vincular la chispa divina de todos, el poder innato que les permitía manipular la realidad. Y cuando esa chispa abandonara sus cuerpos en la inevitable derrota él la absorbería y contendría en sí, hasta que la liberará en una explosión purificadora.

 

  Todos los allí reunidos estaban asustados… Pobres condenados, casi sentía lástima por ellos.


Los hippies se fueron a los reinos espirituales a buscar la ayuda de todo aquel ente que quedara y él proyectó su voluntad a través de ellos. Quería ser un faro de fe que llamará a los espíritus vengativos, que atrajeran a la Santa Compaña para desatar la muerte a su paso.
Pobres locos, Eloy aún le debía un trago de lo que llevara en la bota y ya no iba a poder cobrar esa deuda. Y el otro viejo había tenido un último momento bonito, hacer olvidar el miedo a una pobre alma por un rato… Esa experiencia fue una epifanía, pues se dio cuenta de que había momentos en los que el odio dejaba de existir. Y todo por un baile estúpido.

 

  Algo había cambiado en él estos últimos días, algo había traspasado la coraza de su fe y le había hecho andar un camino diferente. Quién iba a decir que unos monjes extranjeros, de una creencia falsa e idiota, que esos budistas le habían abierto la mente a explorar otro camino… El camino, el Do, algo de verdad tenía. Y si algo de verdad tenía eso, algo de verdad tendrían los demás herejes….

 

  Se mueven, algunos van a salir a presentar la primera línea de defensa. Los primeros en reunirse con el creador. Algunos habían desaparecido ya. El cazafantasmas no había vuelto, que su alma descanse en paz… Gandalf y la ema de Quimera no estaban por allí; no los echaría de menos. Y aquel desviado de Víbora, la perfecta encarnación de la tentación, el dador del pecado original también había desparecido. ¿Un último acto de cobardía para salvar su escamoso pellejo? Que Dios bendiga tan ingenuo acto.

 

  Minutos, eso es lo que tardó el Señor Ovando en recibir la primera chispa divina. Y la reconocía. El que se atrevió a amenazarle con que le iba a freír el cerebro. Pobre e iluso calvo con la frente pintarrajeada. —Gracias por el último regalo y por el primero. Gracias por enseñarme un poco más…

 

  Más chispas divinas llegaban a él. El gallego también formaba parte de Ovando y en su muerte le mostró un mundo de posibilidades infinitas, un mundo virtual. Maravilloso. Irreal.


Sabía que Libelle había muerto, pero en vez de que su espíritu se reuniera con él, la conexión se cortó. Simplemente despareció.
—Joder con los de los dibujitos en el suelo y sus rituales complicadísimos, ni morirse bien pueden.

 

  No llegaban más chispas… No llegaba la drogata, ni la hermana del gallego…. Habrán huido. Con Dios.
Tampoco llegaban la farolita o la lagarta…


—Algo más ha pasado. Pobres diablas. Esas no saben huir, son demasiado orgullosas.

 

  Más chispas divinas volvieron a llegar, del más allá, de la segunda oleada. Los hippies han caído y el de la piedra filosofal también. Sus almas estaban con él. La ira divina crecía con cada sacrificio.

 

  Y llegó el momento. Estaban dentro de la capilla.

 

  Serafina no pudo contenerse y nada más ver al primer tecnócrata fue hacia él. La perfecta encarnación del ángel de la ira. Ni vio cómo había terminado, pero cuando la chispa divina de Serafina entró en él sintió el alma más pura y a la vez corrupta que jamás habría podido imaginar.


—Joder, qué habrás hecho en tu vida para que tu alma esté así… Me caías bien, zorrita. Podríamos haber sido amigos.

 

  No veía a Meredith ni al pseudo ninja por ningún lado. No habían caído. Habían huido.


Ese es el valor de la palabra para algunos… Que Dios les bendiga.

 

  El momento había llegado. Delante del Señor Ovando estaban cinco entes. No veía sus formas, no veía con los ojos. El corista solo veía la esencia divina que formaba sus cuerpos, el edificio que los rodeaba, incluso el propio universo. El cristofascista solo podía ver aquello en lo que se había convertido, la pura esencia divina que sus compañeros sacrificados le habían otorgado. Y había llegado el momento de liberarla. El momento de que el mundo ardie…

 

  No. No habría fuego. Ovando había cambiado. Había aprendido de sus semejantes que había algo más allá de la ira, del odio, de matar al distinto. Había aprendido que incluso él podía formar parte de un grupo. Lástima que lo aprendiera en el último momento. Lástima que su último suspiro fuera…


—Redención…

 

  Al exhalar el último aliento Ovando concentró toda su voluntad en destruir la creación desde la misma esencia divina que la formaba. El buen Dios lo entendería. El buen Dios le había puesto en su camino a aquellos herejes que veían un mundo diferente.
El último defensor de la capilla utilizó la quintaesencia que albergaba en su interior para destruir la capilla y hacer colapsar la realidad. Y al puto enemigo con él.

 

  Instantes después el Señor Ovando escuchó...


—Di tu nombre para poder entrar al cielo.


Casi lo había olvidado tras toda una vida sin usarlo, pero dijo:


—Felipe Fonseca Garrido.


Y todo se volvió oscuridad.

Relato de: Pablo

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