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Santa redención ante el juicio

 

 

Lluvia, tan ruidosa y silenciosa a la vez, solo para aquellos que valoran su belleza. Una chica sale de su trabajo cansada, abre su paraguas e inicia el camino a casa. En lo alto de un tejado, una figura encapuchada la observa, esbozando una cálida sonrisa, algo que hace poco comenzó a volver a tener en su rostro. Estaba alegre de ver como la única persona que amó en otra vida continuaba haciendo honor al giro de su rueda en el ciclo.  

 

Pero Adam no estaba esa tormentosa noche para velar por Sonia. El trabajo es el trabajo y él tiene un deber que cumplir por y para todos. Años de sufrimiento y tormento interior le llevaron a mirar con palos de ciego a su objetivo, guiado por la buena mano del padre Vaclac. Ahora él está muerto, pero su fe y su convicción son más grandes que nunca gracias un poder superior que le mostró el camino del que se desvió.

Desplazándose de tejado en tejado como un susurro camuflado entre las gotas caidas del cielo, se postro sobre la cornisa de un edificio del casco antiguo, esperando la llegada de los protagonistas de la noche. Unos sucios burócratas de las multinacionales más importantes de la región se iban a reunir para tratar sus futuros proyectos, entre dichos planes estaba la de expulsar a familias desfavorecidas de sus hogares haciendo uso de la corrupción de aquellos de gobiernan.  La gente sufre, incluso muchos se quitan la vida para abandonar un mundo que no ha velado por ello ni un instante.

 

Suicidio, que insulto para todo aquello en lo que cree y defiende. El giro de la rueda en su ciclo debe efectuarse bajo el imperio de lo natural, el deterioro lógico de todas las cosas, provocar que alguien acabe con todo antes de su respectivo momento de la reencarnación es un desequilibrio de la realidad. Aunque imperdonable, una parte de él se apiada de ellos, quien sabe, en sus futuras vidas podrán ser personas enraizadas en la luz.

 

Una cálida tranquilidad embriaga su mente, incluso con la humedad y el frio de la lluviosa noche. La misma tranquilidad que ella le concedió aquel día, cuando asumió su papel como servidor de su voluntad.  No hay sufrimiento, solo una paz que ilumina la profunda oscuridad que se ciernes sobre todos.  

 

Unas limusinas aparcan frente a un palacete, de ellas salen sujetos vestidos con trajes de un claro costo altísimo. La vigilancia alrededor de esta reunión de personas es de un considerable tamaño, bien podría ser un ejército privado en vez de una medida de seguridad.

 

Justo cuando se disponen a entrar al edificio, las farolas de toda la calle se apagan, el ruido de la lluvia, aunque sin cesar, empieza a caer a una anormal velocidad y a silenciar su ruido de una forma extraña. Los guardias comienzan a desenfundar las armas confusas para apuntar a todas direcciones. Es entonces cuando de repente uno de ellos grita:

 

-  PERO, ¿QUÉ ES ESO?

 

Todos giran sus miradas hacía arriba para ver la figura de un sujeto encapuchado que salta hacia el suelo frente a ellos. Todos caen en el más absoluto terror al ver sus ojos de color carmesí y las múltiples armas que portaba.

 

- ¿QUIEN ERES? Grita uno de los magnates aterrorizado.

 

A medida que realizaba la pregunta, decenas de guardias caían muertos, con sus sesos esparcidos y múltiples cortes que tajaban en canal sus torsos. 

 

Entonces, la figura encapuchada pasó cual rayo y, mientras ponía fin a su corrupta vida, le dijo:

 

- Soy la entropía.

 

 

 

 

Relato de: Guille

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