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Conversaciones con un saltamontes

 

 

                El pequeño saltamontes observaba el mundo que le rodeaba. Era un mundo limitado, pero constantemente cambiante. Todo estable. Un salto. Todo distinto. Víbora pensaba que debía ser parecido para sus enemigos. Esforzándose constantemente por mantener la Realidad estable, según sus normas. Y entonces un instinto que nadie puede controlar, “salta”, y todo cambia. Todo distinto, alienígena, lo que era arriba ahora es abajo.

 

-Vaya putada, ¿eh?- le susurra al saltamontes, que le ignora con la intensidad de mil realidades –Y tú ahí en medio, saltando. Sin saber nada. Sin necesitar nada. En cierto modo eres el más libre. Todo te da igual. Quizás el tuyo sea el gesto supremo de rebeldía.

                Un dedo se aproxima al insecto, que en un alarde de indiferencia, se limita a mover levemente sus antenas. Lo normal sería que hubiese saltado lejos de allí ante una posible amenaza. Pero las feromonas que desprende ese dedo le dicen que no. No es necesario, no hay peligro, al contrario, es algo… bueno, a falta de una palabra mejor.

 

-Ese es el problema. Dependes de lo que percibes- musita de nuevo –El universo funciona de un modo realmente simple. Pero luego llegamos nosotros, y lo complicamos… retorciendo y moldeando lo que percibes. Y repentinamente, el dedo que te puede aplastar ya no parece amenazador.

 

                Un nuevo empujoncito a la naturaleza del animal y el dedo roza su diminuta cabeza, mientras el saltamontes permanece tranquilo, relajado, a salvo. Víbora ni siquiera sabe si el insecto entiende tales conceptos. El dedo no le va a aplastar. No es comida. No le sirve para reproducirse. Ni para resguardarse… No necesita saber nada más. El hechicero proyecta su voluntad sobre el animal, alterando su Realidad. Modifica radicalmente lo que percibe. Incluso su primitiva e instintiva mente. Sus zarpas moldeadoras de realidad incluso alcanzan y profanan su espíritu. Y se establece una comunicación.

 

-Ahora me entiendes, ¿verdad? Ahora has despertado. Me ves. Y te asusta. Crees que no te deseo mal alguno, pero no lo sabes a ciencia cierta. El mundo ya no es sencillo. Ya no hay certezas. Hay mucho más que comer, crecer, follar y morir. ¿Eres ahora más libre? ¿O por el contrario te has convertido en esclavo de la incertidumbre?

 

                La escena no deja de ser curiosa. Un mago en mitad de un pantano, vestido con un traje elegante, acodado en una solitaria roca. Rodeado de reptiles y otros animales, algunos de los cuales no aparecen en ninguna enciclopedia o estudio clínico. Hablando con un saltamontes. No es del todo cierto. Aquello ya no es un saltamontes. Tiene conciencia propia.

 

-Ese es el quid de la cuestión, ¿no es cierto?- continúa susurrándole mientras la yema de su dedo índice roza suavemente la cabeza del insecto –Ya no eres un saltamontes. Yo ya no soy humano. Yo decido cuál es tu Realidad.

 

                El ya-no-saltamontes no habla. Ni estructura su pensamiento en palabras. Pero Víbora percibe sus preguntas. Alocadas, caóticas, disparatadas, y entre ellas alguna que él mismo aún se hace con frecuencia. Y entre la amalgama de cuestiones, una que le hace crispar su rostro. El animal se preocupa por él. Por cómo le afecta a él lo que acaba de hacer. ¿Siente conmiseración por su situación? ¿Un insecto? No hay odio, sólo instinto. De entre sus labios sale disparada una lengua que no es humana, atrapa al saltamontes y lo engulle. Siente el grito sordo de agonía al devorarle. Millones de preguntas sin respuesta, repentinamente silenciadas.

 

-Vamos a ser aniquilados… por hacer preguntas incómodas. No por rebelarnos. Por demostrar que conocemos a nuestros enemigos. Valiente mierda…

 

                Víbora permanece sentado en la roca, como un moderno Pensador de Rodin, mientras la naturaleza sigue su curso a su alrededor. Piensa en los instintos de un monstruo pantagruélico, como es la Tecnocracia. Piensa en la forma que tendrá la siniestra y voraz lengua que les atrapará. Y por primera vez en su dilatada existencia, se pregunta si merece la pena intentar superar lo que les arrojen…

 

 




Relato de: Curro

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