Menú Principal

Gente de la noche

 

 

 

 

“Por las sierras de Las Jurdes, 

al pie la peña de Francia, 

anda de día y de noche 

una Jáncana malvada. 

¡Desdichado el caballero 

que se la encuentre a la cara!”

 

–¡Abuelo, vaya más despacio, se me va a caer!

 

–¡Já! ¡Un hayrá dí que mi veas caél chancal pabajo! Vaicha subiendo, Alfonsín, solu que´a media costana.

 

El anciano se manejaba entre las lachas de pizarra como una cabra montesa. Años y años de subir y bajar la montaña habían preparado su cuerpo para ello, y, a pesar del paso del tiempo, sus frágiles huesos aguantaban bien los vaivenes del camino y el esfuerzo del ascenso.

 

Su nieto, sin embargo, no las tenía todas consigo. A pesar de ser un adolescente con un cuerpo nuevo y flamante, resoplaba y resollaba. No estaba acostumbrado al esfuerzo del camino. Necesitaba detenerse cada poco para tomar aire y su corazón no latía al ritmo que necesitaba para el ascenso.

 

“No pasa nah” se dijo el viejo zajoril “Ya dabrá tiempo”.

 

Cuando llegaron a la parte más alta del chancal, aún debían seguir subiendo, pero Alfonso necesitaba un descanso, así que se sentaron al borde de la peña, observando el frondoso valle, escarpado y estrecho. Un pronunciado meandro en forma de herradura discurría pacífico a través del verdor. A esas horas de la tarde ya no había niños bañándose en el Chorro de los Ángeles, pero aún podían verse figuras paseando tranquilamente por las riveras y por los cordeles.

 

El aire frío cortaba como un cuchillo y amenazaba con vaciar los pulmones de Alfonso. Genaro, sin embargo, disfrutaba del tenue aroma lejano de lavanda y la savia de las encinas y enebros.

 

–¿Vamos a bajar ya? Mi madre se va a cabrear si no volvemos…

 

–No preocupalsi, Alfonsín. Ya anduve palrandu con la tu mari, sabi que nus vamuh a retrasal´na miaja. Ahora, dime, mira pahí pabaju y dime qué veh.

 

–Pues… árboles, el río, el chorro, el monte… Alguna vereda pahí también. Lo de siempre, yo que sé.

 

–Ya. To´esu lo vemus siempre. Peru de que cae´l sol se puedin vel otrah cosas. Mira pahí –El anciano señaló con su dedo huesudo un punto entre los bosques bajo ellos.

 

–Son… ¿Árboles? Y eso… Es una garduña, creo.

 

Genaro suspiró con cierta decepción. No sabía cómo acometer la tarea que tenía por delante. No sabía cómo presentarle a su nieto a quien le tenía que presentar. Decidió hacer lo que siempre hacía. Contar una buena historia.

 

–¿Acordáite delah sequía d´ace dos añoh?

 

–Ah, sí, el chorro estuvo sin echar agua mucho tiempo y pensábamos que el río iba a secarse…

 

–¿Y sabes quién dizo que´l agua volviel´a cael por el chorru?

 

–Eh… ¿Quién?

 

–A ver si me entiendeh… Aquella no era la prime´a vel que´l chorru secaba… Ya´contiçió antecinu. Por´quel tiempu, loh jazorilih pegában pa´quí y pahí, desentuertandu entuertuh y pidienduh jocinuh pa´comel y seguíh andandu…

 

–Abuelo… Soy mayor para tragarme esas cosas. Ya no creo en cuentos ni historias de zahoríes y duendes. Lo sabe ¿verdad?

 

Genaro lo ignoró.

 

–…Pego paquí Ti´Eusebio de Ñunmoral. Po´eroso zajoril. Vio´l chorru seco y fue preguntando pol´lah alqueríah a vel si alguno sabía algu. Fue y vio que bajo´l chorro había una cueva, y´n la cueva, un altar. Supo entonçis qu´ondi debía piedra núa anti estaban esvotus ofrecíos a Nabia, la diosa´lah huentis. Alguno dabía arramplau con elluh y´l río s´había ofendío, claru. Ti´Eusebiu era tan avieju que sabía comu pregunta´lah piedrah. Así pudo vel quién s´había llevau loh esvotus. Pilló´l bandiu malvado, pero ya s´había llevau loh esvotus pa´vendel-lo´n loh Madrilih, asina que Ti´Eusebio tuvo qu´improviáh. Viajó´l por una trocha a´l Valli Loh Tejoh y pidió a Santa María de Tentudía que fiçiera larga la nochi, pueh sabía que la genti de la zona no iba a aguantar un solu día máh sin agua. Talló to´la nochi la ma´era de loh Tejoh. Fizo mil esvotus p´ataecina con la su entresacaéra y loh pusu´n la cueva. Façió loh mil pagamentuh, uno por esvotu, y asina Nabia andó contentá y´l chorru corrió otra vel.

 

Alfonso permaneció en silencio, sin mirar a su abuelo, durante toda la historia. Rumiando el paisaje y el viento; la caída del sol y los árboles; las sombras cada vez más amenazadoras en el trampal y la altura aparente del chancal. En ese momento, interrumpió a su abuelo.

 

–Tio Eusebio murió hace dos años. Eso es lo que ibas a decir ¿verdad?

 

Genaro asintió con solemnidad, casi ignorando las intenciones de su nieto, haciendo caso omiso a esa prueba.

 

–Alguien debí´de tomal loh pagamentuh al río. Yo lo façí. Por unu de loh´esvotus el ríu´m pidió algu que ahora tengu qu´intentál. Cá veh que´amoh menoh zajorilih paquí´n La Jurdeh…

 

Alfonso se levantó, con la indignación palpable en su rostro.

 

–Esto ya no tiene ni puta gracia, abuelo. Estás llevándote la coña lejísimos. Me gustan tus historias, son bonitas, son folclore, pero ya está. Tu secta me interesa entre cero y nada.

 

–Alfonsín. Mira pa´l Trampal y dimi quello que vel.

 

El joven miró. Al principio, solo sombras. Luego el verdor oscuro de las encinas bajo la luna que se mostraba. El sonido de la vida nocturna se alzaba. Algún lobo aullaba, un búho ululaba, algunos mustélidos corrían. ¿Era esa figura que se movía entre los árboles… una cabra? Sí, una cabra sin pastor… Entonces lo vio. De repente, la cabra alzó sus patas delanteras… Y así se quedó, alzada sobre sus patas anteriores como si fuera una persona. Alzó su rostro y sus ojos caprinos se clavaron en los suyos. Alfonso vio inteligencia en ellos, pero lo que más le asustó fue la terrible malignidad que advirtió.

 

–No te de mie´o… –susurró Genaro– El Lanú es huerti, pero cobardi. No subirá al chancal ondi´sté un zajoril. Si alguna veh lo topah n´el bosqui o´l camposanto, tienis qu´echal mano a lah ehtijerah…

 

Alfonso gritó.

 

–¡Esa cabra! ¡Esa puta cabra me está mirando! ¡Está de pie, joder, la puta cabra está de pie!

 

En ese momento, algo se movió entre la sierra. No una sombra que subiera o bajara la montaña. No algo que la sobrevolase o caminase a su pie. No. Algo se movió entre las montañas. Algo del tamaño de las montañas. Algo que parecía una montaña. Algo que de repente se movió, dejando un hueco en la sierra donde antes había una montaña.

 

Genaro intentaba poner alguna cordura en su nieto, levantándose y sacudiéndolo por los hombros. Intentando calmarlo sin éxito. Sus labios se movían, pero los sonidos no llegaban a Alfonso, que hiperventilaba.

 

“Entiznau”.

 

Varios minutos después, Alfonso se encontraba como flotando. Apenas había notado cómo su abuelo lo conducía montaña arriba. Suave pero firme. Intentando que el propio aire frío calmara sus nervios.

 

–Dami huerza, Ilurbeta… Que´l muchaho vai a conocel a su agüela… –Genaro susurraba para sí mismo.

 

Intentaba convencerse más que pedir fuerza a la protectora de los caminos.

 

Subió un repecho muy pruno, 

entre unas espesas matas, 

y se encontró una tienda 

con alhajas de oro y prata, 

y estaba tras de la tienda 

la Jáncana de comercianta. 

– ¿Qué desea el caballero 

de todas estas alhajas? 

 

 

La cueva estaba oscura. Sólo la luna iluminaba, con un débil velo de plata, la oscuridad insondable. Genaro estaba ten nervioso como su nieto. Sentía que lo perdía. Había intentado prepararlo para esto los últimos dos años, pero todos sus intentos habían caído en saco roto. Verdaderamente, el anciano no estaba acostumbrado a convencer a personas tan cerradas como él… Y sentía el fracaso resbalando despacio por su espalda.

 

Alfonso nunca había conocido a su abuela. Su madre, la hija de Genaro, se hubiera enterado de lo que pretendía hacer aquella noche… Se hubiera negado en redondo. Ni siquiera la propia Aranta estaba del todo segura. Esto era un último recurso para que el muchacho conociera a la Genti´la Nochi.

 

Allí estaba ella, Aranta, la abuela de Alfonso y el gran amor de Genaro. El chico no pudo soportar la visión. El anciano supo en ese momento que había fracasado… Sólo que no sabía la magnitud de su fracaso,

 

–Saluda, Alfonsín… Esta es tu agüela.

 

–Sus…. Sus ojos… –La voz temblorosa de Alfonso no dejaba lugar a dudas.

 

Le crecieron los cabellos, 

las uñas se le estiraban, 

le creció un ojo en la frente,

los otros dos se ensecaban, 

 

Pasaron los días.

 

Alfonso no fue visto por ninguna de las alquerías. Se había marchado de Las Hurdes para siempre. Genaro tuvo que lidiar con su hija y su yerno. Nunca volvieron a hablarle, como es normal. Había fallado. Había echado a su querido nieto de aquel paraje natural. Sus poderes, que siempre habían ayudado a sus vecinos, habían resultado inútiles a la hora de prepararlo.

 

Sólo había creado un muchacho asustado de todo y de todos y que nunca volvería a confiar en él.

 

La mano de su esposa se posó suavemente sobre su hombro. Le siseó unas palabras de aliento en la cueva oscura.

– ¿Qué deseo, Jáncana rabua

De todas estas alhajas?

No deseo más riqueza

Que vuestra melena dorada.

Pues de las más preciadas joyas,

 Vos sois la primera

 

 

Relato de: Jose Cthulhu

 

Contacto

Cualquier tipo de contacto que quieras realizar con la asociación envía un correo a: admin@revcc.es

Indicad en el asunto la ambientación o duda.

Información Adicional