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El Pacto del Concilio

 

En una estancia oscura con forma hexagonal, cinco figuras se reúnen alrededor de un altar. Dos hombres y tres mujeres.

 

El hombre joven de pelo ceniciento y porte atlético ha realizado una pregunta y mira con decisión a los demás: el otro hombre encapuchado con una sudadera y las manos metidas en los bolsillos, en un tono despreocupado mira a los demás esperando. La mujer rubia, bella y divina con un vestido de gala simplemente ríe como una lunática. La más bajita de las tres chicas, con una apariencia adolescente y moderna como los chicos que suelen jugar a videojuegos, solo observa dando un pequeño paso atrás. La última figura femenina, con capucha blanca, solo mira al suelo.

- Patético… - Clama el hombre joven de pelo ceniciento.

- Tampoco es para tomárselo así… - Reclama rápido el encapuchado con la sudadera mientras la estridente risa de la rubia se mete entre sus palabras y se hilvana a su brazo.

- ¿Tú lo harías mejor J? – La rubia interrumpe su risa solo para burlarse del hombre que parece liderar la reunión, el cual cambia su gesto hacia molesto.

 

El ruido de la puerta abrirse hace que los cinco lleven su atención hacia ella. Una nueva figura femenina de pelo rojizo entra en escena, vestida como una diva, deslumbrando a su paso y sin poder dejar indiferencia a cualquier mortal a su paso. La rubia se muerde los labios al verla llegar y corre a abrazarse a ella, el de la sudadera mira al supuesto líder desde la oscuridad de su capucha con un tono burlón y la más joven se coloca los cascos conectados a su móvil murmurando un “ya empezamos…”.

- No has sido invitada Veronique – Reclama el hombre de pelo ceniciento al que antes llamaron J.

- No, pero es la única manera de cogeros juntos – Dice Veronique mientras da un beso en la frente a la chica rubia. – Necesito de vuestra ayuda.

 

 La burlona risa del hombre de la sudadera resuena en toda la estancia de manera sobrenatural y dantesca, algo que haría enfurecer a cualquiera que estuviera tenso en esa circunstancia. J refleja tal sentimiento en una mirada asesina hacia él.

- Tengo algo entre manos, sé que una de tus chicas está dentro Jaelle – Reclama Veronique a la rubia que se ha hilvanado de su brazo y vuelve a reír.

- La tengo aprecio y grandes planes para ella… Es… ¡Mía! – Dice hablando como una lunática mientras besa el cuello de Veronique, la cual comienza a molestarse. Su situación apremia.

- Los Despertados necesitan ayuda, lo que les viene le supera con creces y… - Explica rápido Veronique hasta que es interrumpida.

- Que se ganen la ayuda – La interrumpe J.

- Les ayudaremos – Dice el hombre de la capucha.

- ¿Por qué me llevas siempre la contraria? – Le reclama J.

- Quiero ver tu mundo arder – Dice volviendo a reír.

 

J está molesto, no debería liderar esta reunión pero perdió el último juego macabro en el que participó. Le toca por castigo. Se dirige hacia la más joven y de un tirón arranca los auriculares de la más joven de sus orejas.

- Elige opción, ¡estúpida! ¡Mójate por una vez en tu existencia y que no sea en nuestra contra! Parece mentira de quien eres hija…

 

La chica joven le mira al principio sorprendida por su gesto, al escuchar sus palabras su gesto se tuerce hacia la furia. Un fulgor púrpura comienza a salir de sus ojos, la estancia comienza a temblar y comienza a sonar del tejado el chillido de mil murciélagos a punto de lanzarse contra una víctima. La encapuchada de blanco se acerca y le pone la mano en el hombro, la chica joven se calma y simplemente da otro paso atrás con mirada arrepentida volviendo a ponerse los cascos y mirando al suelo.

 

El encapuchado con sudadera se acerca a Veronique:

- Es posible que haya un trato, pero todo tiene un precio. J querrá una carta blanca, yo querré algo, Jaelle… - La mira mientras está embelesada mirando a Veronique – Bueno, te puedes imaginar que te va a pedir.

- Esta vez no tienes por qué solo mirar – dice Jaelle hacia el encapuchado de la sudadera. Veronique hace un gesto de hastió y se suelta del brazo de Jaelle.

- El tiempo apremia – reclama rápido Veronique.

- Salgamos a hablar – dice el encapuchado de la sudadera, quien parece ser el auténtico líder, al menos esta vez. Sabe Veronique que por ello, el precio será más alto.

 

La única figura femenina encapuchada de blanco que no ha dicho ninguna palabra, queda en silencio en la estancia mientras los demás se marchan, derramando lágrimas por lo que se avecina.

 

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