Máscara inquebrantable que oculta tu alma,
cubre tu rostro del destino y el alba,
esotérica y mortal mirada,
que jámas, ha sido intimidada
Ten miedo. No te puedes esconder,
de lo inevitablemente invisible,
intangible, de carácter romántico y pernicioso,
relativo a la acongojada muerte, que besará tu rostro.
Maravillosa verdad irrefutable,
ataráxica hacia los mortales,
tus manos han tocado para hacer a muchos gemir,
enfermos, que levantas solo para verlos sufrir.
Muda y ruidosa belleza
a todos has de hacer compañía,
con tu frívola sombra inerte,
en todos aquellos que ahora mueren.
Bésame ya que no quiero que seas solo una fantasía,
razón por la cual tú me desvías,
y anhelo experimentar el fin de mi camino
ya que mi alma es de ti cautiva
Sagrada y nutritiva tautología,
anhelada y temida moraleja.
A las almas del prójimo en agonía,
con tus encantos mórbidos alejas.
Reina de un mundo rojo,
compañera de los moribundos y hastíos devotos,
segura recompensa y doctrina,
de una vida que hoy en algún lugar... termina.
Algún día vendrás por mí,
no se ni como ni cuando,
pero si he de morir,
te imploro que no me hagas sufrir.
Me muero, por besar tu fría boca,
y hacerte el amor, en mi agonía,
precioso ser hueco,
bésame, aún que esté muerto.
~ Carlos de López y Bru, carta de despedida de su suicidio