Deedlith miró una vez más el anillo que esa Pooka lucía en su mano. Lo miraba con disimulo, como si no quisiese ni que el mismo anillo se diese cuenta. Aun podía notarlo en su propio dedo, clavándose en su carne mientras Aloysius le apretaba la mano minutos antes de partir hacia la muerte.
Había llevado puesto ese anillo vida, tras vida. Ya en Roma lo lucía con orgullo cuando se erigió como reina de todas las hadas. Esa pequeña reliquia había sido su símbolo de poder desde que tenía memoria y ahora estaba en el dedo de esa Pooka.
“¿Cómo vas a ser Reina sin tu anillo?” Pensó con miedo mirando ahora sus manos desnudas. Por un instante tuvo la tentación de ir corriendo a pedírselo de vuelta.
Sin el ruido de las bombas y los disparos, sin las lágrimas anegándole los ojos y el miedo encogiéndole el corazón, Deedlith se sentía furiosa consigo misma. ¿En que estaba pensando cuando se lo dio? ¡No era más que una pooka! ¡No era digna de llevar un símbolo como ese!
Y ese pensamiento le hizo parar en seco. ¿Era ella digna de llevar un símbolo como ese? No tenía feudo, no tenía pueblo. Ningún sitio sobre el que reinar, nadie a quien proteger. Habían muerto todos. ¿Todos? Ella estaba viva. Ella no había podido proteger a su pueblo, pero su pueblo si le había protegido a ella.
Estaba viva gracias a ese caballero Comandante terco y leal que le acompañaba a lo largo de los siglos con la obstinación de una amistad sincera. Estaba viva gracias a nockers, a sluaghs, a sidhes, a boggans, a trolls, a sátiros… y también estaba viva gracias a esos pooka a los que tantas veces había tratado con manifiesto desprecio. En última instancia, habían sido ellos los que la habían salvado, dando su vida a cambio.
Deedlith miró otra vez a la nueva dueña de su reliquia y, comprendió que ese anillo, puesto en el dedo de esa pooka seguía siendo una símbolo, solo que ahora no significaba lo mismo. Ese anillo, puesto en el dedo de esa pooka le recordaba a Deedlith, a la soberana de las hadas, a la eterna reina, que una corona no valía nada sin un pueblo que la respalde.
Autora: Alba Lollipop