La oscura noche está llena de truenos y relámpagos que iluminan y rompen el silencio de forma puntual. La llanura está solitaria y desde lo alto de la Torre Olvidada las hermanas vigilan bajo la lluvia. Empapadas por el agua ponen todos sus sentidos en su tarea, ya que cuando se ciernen las sombras y se amortiguan los sonidos es el mejor momento para los asesinos.
El torreón se levanta medio derruido en medio de un montículo, construido en la más dura piedra del lugar. Sus años deberían pesarle, más con sus fisuras en sus grandes muros, pero le han servido para ser más robusto y difícil de penetrar en él. Las hermanas buscan algo en él, pero la oscuridad no les deja ver cómo las figuras procedentes del averno, agazapadas, preparan su asedio.
El aire comienza a impregnarse de ese olor venenoso que se pega en el paladar y hace que los presentes tengan la sensación de que les falta el aire. Las primeras bestias surgen de entre la oscuridad, intentando escalar los muros con garras y dientes si es necesario. Ojos rojos, piel escamosa y varias hileras de dientes dentro de su boca. En su retaguardia varios como ellos erguidos les apoyan, sea con magia negra o proyectiles luminosos procedentes de báculos tribales. Intentan hacer que el ascenso sea lo más rápido posible.
Las hermanas dan la voz de alarma y son las cinco las que intentan repeler al enemigo. Disparan sus arcos y lanzan sus jabalinas intentando que ninguna criatura penetre en el torreón o finalice su ascenso. Son demasiadas y en ellas comienza a notarse la moral bajar. Pero, de repente, algo se nota estallar dentro del torreón. Algo ha despertado de forma violenta tambaleando los viejos cimientos del antiguo baluarte y la energía vil que emana empieza a impregnar el ambiente. Las cinco se miran dubitativas entre ellas, y comienzan a planear su descenso.
Tenían instrucciones claras y toca retirarse. El resto de hermanas no lo habrán conseguido. Sacan sus garfios y cuerdas, esperan descolgarse entre las ruinas, buscando soporte donde apoyar los pies y balancearse, pero no todas llegarán al suelo.
Una es interceptada por una de las bestias en un golpe corporal que hace que los dos caigan al vacío, en medio del tumulto del enemigo donde su imagen se hace borrosa y sus gritos hacen manifiesto el dolor de su cuerpo. Otra es apresada por una pierna y arrebatada de su estabilidad, un mordisco en el cuello con un fuerte crujido la deja colgando sin vida de la boca de su enemigo, mientras brota la sangre entre sus fauces. La última que comenzó a descender es acertada de lleno por uno de los proyectiles que la hace resbalar en medio del dolor y ahorcarse con su propia cuerda. Son dos las que consiguen pisar el suelo, conscientes de que cada vez son menos. Pero están rodeadas, no hay donde huir.
No hay refuerzos, no hay escapatoria y lo que es aún peor, ese mal que despertó en el interior comienza a moverse hacia lo alto de la torre. En la cima del torreón asoma una mujer decrépita, envuelta en harapos de lo que antes parecieron telas nobles, la poca piel que le queda blanca como la leche y todas las venas de su cuerpo marcadas en un color negro. Mira con sus ojos rojos hacia su entorno, intentando comprender que ocurre.
“La Condesa del Mal ha despertado” murmura una de las amazonas. Las bestias se paran ante ellas, no las atacan, no las avasallan. Ellas se mantienen en guardia y sin saber que ocurre, ¿se paran ante el nuevo ser? Pronto comienzan a notar una presencia más poderosa aún, algo que les hace sentir como si sus pies estuvieran hundidos en el suelo y no pudieran huir del terror que invade sus cuerpos.
Las criaturas abren paso según un ser del infierno avanza entre ellos. Detrás deja una estela de fuego a cada paso que da. Bastante más grande que un humano normal, posee una bonita forma femenina, quizás antaño perteneciente a una súcubo. Ahora, por lo que se ve, su poder ha corrompido todo su ser. Mira de forma superior a las dos hermanas mientras se aproxima a ellas. Se despliegan detrás de su espalda cuatro enormes apéndices con un aguijón al final de ellos mientras se cruza de brazos ocultando algo de su cuerpo desnudo. Levemente abre la boca, dejando ver sus dos colmillos y toda su faz demoníaca delante de las dos humanas.
“El paso hacia el Este, está cerrado” – dice Andariel con una voz de ultratumba, dejando patente ante sus dos víctimas la llegada del Demonio Menor a Khanduras.